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Objetivos de una terapia. Para qué sirve una terapia (1/3)

objetivos de una terapia, para qué sirve una terapiaEl principal objetivo de una terapia sería el de alcanzar una identidad más estable y más auténtica, una vida más plena y una verdad personal más honda. Ya se ve que las tres cosas son las misma, diferentes formas de referirnos a eso que metafóricamente podríamos llamar “salud” psicoemocional, y que es lo mínimo que puede esperarse de la vida. Es más, yo creo firmemente (y mi experiencia lo demuestra) que, si de verdad se quiere, casi siempre es posible alcanzar esa salud por desesperada que parezca la situación de partida. Al menos habría que “morir luchando” y nunca conformarse con el propio sufrimiento.

 

Dependiendo de las carencias específicas de cada uno, a esa “salud” podría llegarse de diferentes maneras. Lo normal es que la demanda inicial por la que se ha decidido iniciar una terapia y los objetivos que en ella se vayan planteando cambien y mucho según avanza el proceso, se madura y se profundiza en uno mismo. No obstante, podemos intentar aislar algunos de los objetivos terapéuticos más habituales:

– Liberar energías y afectos bloqueados o represados que, a pesar de ser propios, se hallaban como secuestrados, es decir, fuera del alcance y la voluntad de la persona que, hasta ese momento, se venía sintiendo cansada, hastiada o desmotivada, como si no dispusiera libremente de sí. Se trata de devolver a la persona lo que es suyo. Este proceso se parece a la recuperación de una larga convalecencia en la que nos vamos reencontrando con las fuerzas perdidas.

 

– Revitalizar, tonificar y descongestionar emocionalmente. Gastamos a veces mucho esfuerzo y dinero en tonificar y revitalizar nuestra piel o nuestro aspecto exterior; pero mucho más importante (incluso para el atractivo personal) es revitalizar y tonificar nuestra interioridad.

 

– Hallar las claves (hace tiempo perdidas) del propio malestar, y recuperar o construir las herramientas necesarias para enfrentarlo. O, dicho de otro modo, encontrar el mapa que conduce al tesoro de nosotros mismos.

 

Partes de este artículo:

https://madridpsicologia.com/objetivos-de-una-terapia-para-que-sirve-una-terapia/

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https://madridpsicologia.com/objetivos-de-una-terapia-para-que-sirve-una-terapia-33/

Introducción a Materiales Psicológicos (2/2)

Otra manera de verlo: vivir es un ir conectando y encajando nuestras vivencias en una unidad armónica de sentido, como si estuviéramos construyendo un puzzle, sólo que improvisando, es decir, sin la imagen de referencia que viene en la caja.

 

O como colgando perchas, enganchando unas en otras para que se sostengan. Si la primera percha no está colocada sobre un perchero firme, toda la estructura se vendrá abajo. Y ese perchero no es otra cosa que nuestra propia autenticidad.

Por suerte es posible volver al centro, volver a vivir la vida desde el corazón, desde su núcleo real.

Para ello habrá que irse enfrentando a todo el material que fuimos dejando por el camino en esa «huida de nosotros mismos». Nos alejamos del centro porque dejamos “asuntos pendientes”, elementos sin procesar, sin madurar, a medio hacer.«Volver» pasa por ir haciendo madurar todas aquellas partes de nosotros mismos que no están bien procesadas, que son las que nos están lastrando, las que nos pesan en la conciencia.

 

Para ello, al menos para empezar a tomar conciencia del problema (si es que lo hay), propondré dos ejercicios y un “mini ejercicio”, por llamalros así. Los tres están muy relacionados y podríamos decir que son prácticas de autenticidad.

 

El primero es un intento de “reconectar” con lo más genuino que hay en nosotros (nuestro “corazón”) de una manera vivencial y sentida, a través de una propuesta similar a la meditación, tal y como yo la entiendo. Esta “conexión” será la base de todos los demás ejercicios, puesto que, idealmente, habrá que realizarlos siempre desde nuestro propio centro. Si quieres ir directamente a este ejercicio pulsa aquí.

 

El otro consiste en intentar recuperar sensaciones y vivencias perdidas de nuestra infancia escribiendo una carta a nuestro “niño interior”, que será un buen representante de nuestra inocencia. Si bien, como explico más adelante, este ejercicio puede realizarse de muchas otras maneras. Para acceder a él pulsa aquí.

 

Los complemento con un “ejercicio relámpago” con el que puedes darte cuenta de cómo se ha embotado (o no) tu conciencia moral.

 

Viene de: https://madridpsicologia.com/introduccion-a-materiales-psicologicos-12/

Más apuntes sobre mi manera de entender la terapia

Una psicoterapia es un tiempo que te dedicas a ti mismo, que te pertenece sólo a ti y que puede aprovecharse de muchas maneras, según lo vaya pidiendo la propia marcha del proceso.

 

El terapeuta tiene que asistirte y ponerse a tu servicio, pero sin contaminarte con sus propios sesgos, ideologías o “puntos ciegos”; o sea, tiene que estar en “lo tuyo” sin meter “lo suyo”. La terapia debería configurarse como un espacio de libertad flexiblepara que puedas utilizarlo de todas las maneras que vayan siendo necesarias en cada fase del tratamiento.

Todo es una cuestión de equilibrios. La terapia ha de tener, simultáneamente, la suficiente estructura como para no perder el hilo conductor que va enhebrando las sesiones hacia su destino último: ayudarte a encontrar una verdad personal más honda y vivir una vida más libre y auténtica o, dicho en otras palabras, llegar a ser más plenamente tú mismo. En esa tensión creativa entre la libertad y la estructura tiene que irse moviendo la terapia.

En la tensión creativa entre la libertad y la estructura tiene que irse moviendo la terapia.

De otro modo, si no hay una “forma”, un “objetivo” y un encuadre claros y determinados, podemos acabar teniendo la sensación de que estamos dando vueltas sobre lo mismo; o de que no acabamos de ir a ninguna parte. Hay terapias, o más bien, maneras de estar en terapia, que parecen fláccidas, “gelatinosas” o “neblinosas”, y esto es tan negativo como lo contrario: un proceso demasiado rígido y esclerótico que no abra el espacio necesario para tu desarrollo, o que no pueda acoger en sí la flexibilidad y la diversidad dinámica de tu proceso.

 

Lo que, por supuesto, nunca debería hacer el terapeuta, es opinar gratuitamente sobre tu vida, ni mucho menos imponerte una única manera de ver las cosas o intentar hacerte pasar por las horcas caudinas de una visión de escuela (sea ésta la que sea: conductual, cognitiva, psicoanalítica, humanista…).

La vida real no puede envasarse al vacío ni encorsetarse en los estrechos presupuestos de los modelos teóricos. Las personas no somos piezas iguales que necesiten un mismo tratamiento estándar en una cadena de montaje. Tu vida interior es algo único y concreto que acabará por rebasar la teoría. Cualquier intento de encajonarla en cómodas doctrinas prefabricadas significa ejercerle algún grado de violencia.

 La vida real no puede envasarse al vacío ni encorsetarse en los estrechos presupuestos de los modelos teóricos.

Aunque, por supuesto, y una vez más, todo es una cuestión de medida: el terapeuta tiene que saber ayudarse, cuando sea necesario, de las herramientas que las diferentes escuelas de psicoterapia han ido poniendo a su disposición y, si tú lo deseas (pero sólo entonces) adecuar el tratamiento a una escuela de referencia. Por eso el terapeuta debe ser solvente, es decir, disponer de un amplio arsenal de herramientas terapéuticas que poder ir empleando según vayan siendo necesarias. Lo que desde luego no debería ocurrir nunca es que alguien se vea sometido a un tipo de tratamiento que no desea.

 

Un psicoanálisis clásico, por ejemplo, puede durar años y hacer más mal que bien si no se cierra correctamente (de lo que, además, nunca hay garantía). Por el contrario, tampoco sería adecuado quedarse en una mera intervención de superficie, cognitivo-conducutal, cuando el caso “pide” o el paciente demanda una remodelación de orden más profundo.

 

Existen muchas formas de terapia y todas ellas pueden ser útiles, pero ninguna es una panacea o una herramienta universal aplicable a todos los casos o problemas. Al menos tendrías que sentir que el terapeuta te ha explicado suficientemente lo que quiere hacer contigo, qué método te recomienda y desde qué presupuestos va a manejar tu proceso y, por supuesto, adaptar el método a ti y a tu problemática específica, y nunca al contrario.

«Enfermedad Mental»

Enfermedad mental”

Sólo podemos hablar de enfermedad mental como metáfora. El sufrimiento psíquico NO es una unidad monolítica que caiga fatalmente sobre uno como una pancreatitis o una úlcera, sino más bien un estado de ánimo enrarecido, un desajuste en la dinámica de los componentes de la personalidad: emociones, afectos, pensamientos, impulsos, deseos, fantasías, etc. Cuando estos elementos, por diferentes causas, se desarticulan, como puede ocurrir en cualquier sistema complejo, hablamos de desestructuración de la personalidad. Por el contrario, cuando actúan armónicamente coordinados en una unidad de acción y decisión coherente estaríamos en el caso de la “salud mental”.

La desarticulación es la que genera una visión del mundo (y una instalación existencial) deformada y subjetiva, adulterada con residuos infantiles y narcisistas, en la que el paciente se constituye a sí mismo como centro. Todo es en su favor o en su contra, sólo ve aliados o enemigos (neurosis). O, aún peor, se vivencia en el epicentro de “importantes conspiraciones” contra él (psicosis). En fin, que se las arregla para fingir un universo perpetuamente referido a él (narcisismo).

Los desajustes se asocian, invariablemente, con una pérdida de la propia identidad: por diferentes motivos, no se acaba de acertar a ser quién uno es (en su edad, situación, vocación, etc.). Por eso se siente un “vacío” que no es más que vacío de sí mismo (pérdida de identidad) y vacío de realidad (se vive en un mundo falso y acolchado de prejuicios, que, por tanto, no llena).

Con ello, claro, se obtienen algunas ventajas secundarias: victimación, atención de los demás, inflación de la propia importancia (aunque sea por “estar enfermo”) y, sobretodo, vivir en un mundo que, al estar falseado o ser irreal, no compromete y en el que se puede culpar a los demás (o a la sociedad o a los padres…) a discreción, sin asumir responsabilidades, es decir, se puede seguir siendo, ficticiamente, un niño. En el fondo, de lo que se huye es de la propia libertad y madurez.

A pesar de la confusión terminológica reinante en las psicologías, trataré de decir algo sobre las dos formas más comunes de desestructuración: neurosis y psicosis, cuya diferencia es, para muchos, sólo una cuestión de grado. Y consideraré otros cuadros (depresión, fobias, paranoia…) como síntomas derivados de aquellas.

Neurosis

Es posiblemente el término más empleado en psicopatología, y lo es porque nadie sabe muy bien lo que significa. Grosso modo, podríamos decir que el neurótico sufre porque no vivencia adecuadamente su realidad afectiva, social o emocional debido a que carece de una identidad clara y viable. No sabe quién es, y, por eso, muchas veces juega a buscarse en los estereotipos sociales que adopta de manera rígida e impostada, pero que son incapaces de satisfacerle, debido a que su deseo es desproporcionado, fantaseado e incolmable. Necesita la aprobación de los demás, que rígidamente prefiere sobre su propio criterio (por eso decimos que carece de identidad definida).

Psicosis

Es otro gran cajón desastre donde cabe todo lo que el “profano” llamaría locura en sentido fuerte. Normalmente se identifica también con el grupo de las esquizofrenias. En la psicosis se sufre una pérdida de identidad aún mayor que en la neurosis. Si el neurótico no sabe quién es, el psicótico va más allá y se cree quién no es (Cristo, Buda, Napoleón…). En la neurosis se tienen “alucinaciones afectivas o emocionales”, pero es en la psicosis cuando llegan las verdaderas alucinaciones perceptivas. Así, el psicótico construye su realidad sobre presupuestos absurdos para los demás. La psicosis es, en definitiva, una huida de un mundo real invivible hacia otro irreal, pero soportable.

Rafael Millán

Asesoría Filosófica (1/3)

Asesoría filosófica con humorMás Sócrates y menos Freud

Por supuesto, el elemento psicológico conformará el grueso de la terapia. Pero ningún proceso quedará bien cerrado sin una fase “filosófica o “humanista” que deje bien orientada a la persona y le dote de las herramientas necesarias para no recaer y para poder llevar una vida libre y autónoma. Es algo así como el último barniz que remata la terapia.

 

En la época clásica, la filosofía y la terapia no estaban tan separadas como en la actualidad. De hecho, pocas fórmulas me parecen más acertadas para definir terapia que la de algunos sofistas griegos:

 

      “Curar los males del alma a través de la palabra”.

 

Pocas fórmulas me parecen más acertadas para definir terapia que la de algunos sofistas griegos: “curar los males del alma a través de la palabra”.

El terapeuta tiene que saber algo de filosofía, sobre todo tiene que manejar el arte de Sócrates, la mayéutica. Mayéutica significa literalmente “alumbrar” (en el sentido de asistencia al parto). El terapeuta debe ayudar a alumbrar lo que está dentro del paciente luchando por salir, debe aliarse con el proceso natural que se está desarrollando sin contaminarlo con su propias concepciones. Digamos que hay que tener limpias las pinzas antes de operar. La mayéutica es el arte de preguntar con neutralidad, sin sugerir la respuesta, sólo ayudando a la persona a ver más claro dentro de sí misma, a ir enfocando su problemática, a alumbrar su propia respuesta.

 

La mayeútica, junto a una actitud filosófica, nos serán útiles, especialmente; para esbozar las respuestas a las preguntas existenciales básicas. La actitud filosófica consiste en no ofrecer ninguna respuesta al paciente, sino en ayudarle a que él mismo encuentre las suyas y, como mucho, señalarle las contradicciones o falacias lógicas, si las hay, en su forma de ver las cosas.

 

Algunas de estas preguntas serán: ¿Quién soy yo? ¿Qué es el mundo?¿Qué puedo hacer?¿Qué debo hacer?¿Cuál es el sentido de mi vida?

 

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Carta al niño que fuimos (4/4)

carta al niño interior. Niño secretoEscribir cartas, u otros ejercicios como éste, pueden ser muy útiles para entrar en contacto o en relación con partes de nosotros mismos a las que habitualmente no miramos. Como terapeuta, lo que más me interesa es entrar en contacto con lo más auténtico, con lo que haya de verdadero dentro de nosotros mismos para, desde ahí, poder empezar a construir. De hecho, hago este ejercicio tan pronto como puedo con la mayoría de mis pacientes, buscando esa primera piedra, ese cimiento de verdad personal sobre el que podamos empezar a construir una identidad válida sin riesgo de derrumbe posterior.

Como terapeuta me interesa entrar en contacto con lo auténtico para, desde ahí, empezar a construir sin caer en «arenas movedizas».

Otra posibilidad, sobre todo para los creyentes, consiste en escribirle a Dios, o a la concepción que tenga cada uno del Absoluto. La idea es entrar en contacto con aquello a lo que no podemos engañar ni con lo que no podemos hacer extraños juegos porque ya lo sabe todo de nosotros mismos. Por supuesto, puede hacerse incluso con ateos; esto suele poner de manifiesto los mecanismos de autoengaño, los dobleces, los prejuicios y las mentiras que esa instancia omnisapiente (Dios) sabe de nosotros, queramos o no, y ante la que no podemos ocultarnos. A veces así salen a flote contenidos ocultos que, de otro modo, hubieran tardado más tiempo en emerger.

 

No es necesario decir que este ejercicio no debe hacerse con personalidades muy desestructuradas o con tendencias paranoides, pero, fuera de eso, es un ejercicio sano para todo el mundo, especialmente para aquéllos que no acaban de sentirse plenamente conectados consigo mismos.

 

 

Sigue en «Práctica la carta»https://madridpsicologia.com/practica-de-carta-al-nino-que-fuimos-12/

 

Este artículo tiene cuatro partes:

https://madridpsicologia.com/carta-al-nino-interior-que-fuimos-14/

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Psicología transpersonal

Psicologia transpersonalPsicología Transpersonal.

No hay una única escuela de psicología transpersonal, si no que incluye e integra diferentes enfoques psicológicos y espirituales. Mi formación abarca varias escuelas de psicología y una práctica continuada de espiritualidad en el ámbito de la meditación, los estados alterados de conciencia y el sufismo. Por supuesto, incorporo todo ello en la terapia en la medida en que la persona que viene a verme lo quiera o lo necesite. Además me veo capacitado para tratar problemáticas propiamente transpersonales en mi consulta. Te dejo un artículo antiguo (mucho ya!) que escribí cuando me iniciaba en la Psicología transpersonal.

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Los intentos de conciliar la psicología con la espiritualidad vienen de antiguo. De hecho, esta conciliación no ha sido necesaria hasta que no se ha dado una previa separación y diferenciación de esas dos esferas que en todas las culturas, a excepción del moderno occidente, nunca se han encontrado totalmente disociadas. La psicología transpersonal es una escuela psico-espiritual de orientación claramente humanista, desarrollada sobre todo en California, que nace con la pretensión de reparar esa fractura. En este sentido, suele decirse que es un intento de unificar los modelos descritos por la psicología occidental con las enseñanzas de la espiritualidad oriental (como si en occidente no hubiera espiritualidad o en oriente psicología).

La psicología transpersonal (o integral) propone un “mapa de la conciencia” articulado en estratos, en el que unos niveles absorben dialécticamente a otros en un continuo de complejidad creciente. El ser humano es un compuesto de cuerpo, mente, alma y espíritu, siempre deslocalizado entre lo individual y lo colectivo, entre lo egoísta y lo altruista, entre lo consciente y lo inconsciente (o supraconsciente)… El hombre es la síntesis de todas las tensiones en una escalada evolutiva que va de lo inorgánico a lo orgánico, del cuerpo a la mente y de ésta hacia el espíritu.

Así pueden reconciliarse las distintas corrientes, casi trincheras, psicológicas en una visión más completa que articule todas las dimensiones conocidas del ser humano (las descritas por el psicoanálisis, las psicologías existenciales, cognitivas…). Pero esto es tan sólo la primera etapa del camino, la mitad “personal” del viaje de la conciencia, por decirlo así.

Igualmente intentan integrar las diferentes visiones espirituales o “transpersonales”, siguiendo el esquema de la llamada filosofía perenne, que postula un núcleo duro (esotérico) semejante en las distintas religiones. Según estos autores, aunque las espiritualidades tengan diversos modos de expresión (dependientes de época y cultura), están diciendo esencialmente lo mismo, como una misma obra traducida a varios idiomas, una especie de sabiduría universal.

Así, desde una visión global que incluya el ser humano completo (cuerpo, mente, espíritu), se ha llegado a sugerir (Ken Wilber) que podrían entrenarse una especie de “terapeutas de cabecera” que envíen al paciente al gimnasio, al centro de yoga, al psicoterapeuta o al maestro zen, según los niveles (biológico, psicológico, espiritual…) concretos que se necesite trabajar en cada caso.

Uno de los principales problemas teóricos de este corriente es que debido a la cantidad y diversidad de enfoques que pretende integrar, parece que, en ocasiones, se ensamblen con calzador, a veces, caricaturizando o desnatularizando densas corrientes de pensamiento (psicológico, filosófico o espiritual) para que encajen con el “modelo integral”.

En la práctica, uno de los métodos preferidos de la psicología transpersonal es la alteración de la conciencia (Stanislav Grof), buscando estados interiores, en los que sea más fácil localizar los conflictos y resolverlos vivencialmente, movilizando toda la energía psíquica que estos estados, casi místicos, generan. Y que se inducen a través de sustancias, bailes, meditación, recitación de mantras, ejercicios de respiración, etc.

Si bien los estados alterados son una perfecta plataforma terapéutica, también hay que decir que abren la caja de Pandora del inconsciente. Y manejar a los demonios, una vez que se han despertado siempre es peligroso, especialmente en contextos tan precarios como talleres de fin de semana o cursillos breves (y con precios casi imposibles).

Otro obstáculo es que hemos perdido el marco antropológico apropiado, el contexto en el que estas prácticas son adecuadas y tienen sentido. El injerto de una técnica oriental (o chamánica) en el mundo occidental es más que problemático y en muchos cenáculos transpersonales se habla igual de chakras, complejo de Edipo, el ángel interior o psicologías cognitivas, y se cita a San Juan, a Freud o a Krishnamurti. Todo es “integrable”. Este panorama tiende a generar espiritualidades baratas, a lo new age.

A mi juicio, habría que unir lo crítico a lo transpersonal, en una psicología verdaderamente integral y más modesta, sin pretensiones de totalidad. En este sentido, lo más interesante de la psicología transpersonal es su intento por rescatar las dimensiones profundas de la existencia, olvidadas desde hace tiempo en occidente para situarlas en un continuo ontológico (la gran cadena del ser) que ofrezca una visión de conjunto sin negar ninguna de las casi infinitas dimensiones de esa densa realidad que es el ser humano.

 

Rafael Millán

 

Bibliografía recomendada.

– La psicología del futuro, Stanislav Grof. Ed. Liebre de Marzo, 2002.

– Sexo, ecología, espiritualidad, Ken Wilber. Ed. Gaia, 1995.