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Trastorno de la última asignatura

ultima-asignatura¿Por qué a tanta gente le queda la última asignatura?

El síntoma psicológico en su paradoja es la prueba clara de que existen dos modos o dos procesos diferentes en convivencia antagónica, lo que tradicionalmente se ha llamado consciente e inconsciente. El síntoma aparece cuando consciente e inconsciente se descarrían y, como los caballos del auriga de Platón, les da por ir a cada uno por su lado.

En este sentido, todos llevamos al menos una doble vida, ya que nuestro vivir inconsciente es capaz de perseguir objetivos y programar medios para conseguir lo que quiere a espaldas de “nosotros mismos”.

Y esa es la forma más fácil de reconocer el síntoma, porque parece querer una cosa haciendo exactamente lo contrario.

Yo lo llamo, siguiendo a los clásicos, carácter transaccional del síntoma: la persona intenta llegar a un acuerdo imposible consigo misma o “transacción” (que, aunque no siempre, suele traducirse en la práctica como: “hacer lo que quieren mis padres haciendo exactamente lo contrario”).

Este carácter contrastante del síntoma se manifiesta también en la vida onírica y en la fantasía, lo que confirma la tesis de que tanto el síntoma como el sueño pertenecen al mismo ámbito psíquico al que, por tradición, llamamos inconsciente.

Aunque “el inconsciente” no es algo estático sino vivo y no es un “lugar” o una “parte del cerebro” sino otro modo de ser que corre junto a nuestra vida racional y consciente. Y que, a pesar del nombre, puede, en gran parte devenir consciente.

En los sueños continuamente aparecen opuestos que coinciden en un mismo símbolo u onirema. Por ejemplo, algo viejo aparece como joven o algo grande como pequeño y, muchas veces, algo es a la vez una cosa y su contraria: incluso una persona puede ser otra a un mismo tiempo. Y normalmente ese contraste o esa contradicción es la clave del sueño y de la terapia.

La situación del neurótico (como la del sueño) es imposible. La neurosis es un cortocircuito emocional en toda regla. El síntoma quiere satisfacer a todos a la vez, ser él mismo siendo lo contrario. Es una negociación en la que todas las partes pierden y ganan a un mismo tiempo.

Alguien puede, por ejemplo, estudiar Derecho pero faltando a todas las clases, sin saber por qué. De esa manera hace como si fuera un adulto autónomo mientras sigue siendo un niño dependiente.

Otro puede autosabotearse el éxito en cualquier ámbito. O dar con parejas que le impidan crecer o que no están realmente disponibles, así ni están en pareja ni no lo están. Siguiendo esta reflexión el síntoma máximo sería el del pobre gato de Schrödinger que está vivo y muerto a un mismo tiempo. ¡Vaya un neurótico!

Normalmente nosotros no llegamos a tanto como el paradójico felino cuántico. Y la contradicción básica con la que se debaten los neuróticos actuales es que son adultos/niños.

Uno de las manifestaciones clásicas de esta neurosis de nuestro tiempo es la que yo llamo el “mal o trastorno de la última asignatura”. Es decir, personas que se quedaron a unos pocos (o incluso un solo) examen de acabar la carrera. Conozco muchísimos casos.

Este “trastorno” suele deberse a un ambiente emocional enrarecido en el que los padres les han inoculado la idea de que nunca conseguirán triunfar o de que son unos inútiles. Quedándose a una sola asignatura consiguen la cuadratura del círculo: dan la razón al padre, a la vez que demuestran que si hubieran querido, habrían acabado la carrera. O sea, una cosa y la contraria.

No está de más aclarar que cuando la desproporción entre medios y fines es tan clara, tirar todo el esfuerzo de años por no dar un último empujón, es señal inequívoca de que hay un complejo neurótico de algún tipo y de que hay interferencias inconscientes que hay que analizar.

También puede darse (aunque es un caso de lo anterior) que la persona deje los estudios cuando está justo a punto de conseguir lo que quería (un doctorado, o un máster) que le iguala (o le hace superar) el nivel académico del padre o de la madre.

Pero no puede hacerlo, se “bloquea” porque eso sería dejar de ser “hijo” menor que ellos. Y adquirir la responsabilidad adulta de la que el neurótico huye como la peste. Y se bloquea aunque le vaya la vida en ello. (Al final sí que somos un poco como ese muerto viviente que es el gato de Schrödinger).

Así podríamos decir que uno de los elementos más habituales de la neurosis (que en cierto grado todos tenemos hoy en día) es que es un intento (frustrado) de adquirir la propia identidad sin renunciar a la que le fue asignada “por defecto” en la primera infancia.

Se trata de ser un rebelde adolescente siendo el perfecto niño bueno.

Seguiremos sobre ello.

¿Qué me pasa, Doctor?

psicologia inconscienteAunque no me gusta el término (de herencia biomédica) los “síntomas” psicológicos tienen una curiosa propiedad: siempre son paradójicos.

Es más, son síntomas precisamente por ser paradójicos, por romper con la lógica convencional. El síntoma es lo que no debería estar ahí pero sin embargo está. Y es esta ambivalencia lo que los define como síntomas.

La persona viene a terapia porque no se entiende a sí misma. Se vive en permanente contradicción. “Algo le pasa”, algo que escapa a su control consciente. Por eso “sabe” que lo que le pasa es psicológico.

Aunque parezca un juego de palabras: sabe que tiene un problema psicológico porque no sabe qué problema tiene o qué tipo de problema tiene. Es decir: tiene un problema con su inconsciente, sino no sería un problema psicológico sino de la vida.

Este es el motivo, dicho sea de paso, por el que la psicología terapéutica necesita postular el inconsciente para tener un ámbito propio, ya que no hay perturbación auténticamente psicológica si la persona sabe qué es lo que le pasa. Si todo queda en el ámbito de lo que tradicionalmente se ha llamado “consciente” no hay problema específicamente psicológico, sino de otro tipo.

Está claro. Si alguien no tiene trabajo o discute con su pareja lo que le tiene son problemas de la vida. Otra cosa es que no encuentre trabajo porque “algo” le bloquea o le sabotea a la hora de buscarlo o “algo” genere interferencias emocionales incontrolables a la hora de comunicar con su pareja.

La problemática específicamente psicológica sería ese “algo” inconsciente, y no la pareja y el trabajo que son ámbitos de la vida (que tienen elementos psicológicos, como todo lo humano, pero no son específicamente el problema psicológico a tratar que siempre es inconsciente).

La psicología moderna y la psiquiatría parecen haber olvidado esta evidencia y, por lo tanto, han perdido su identidad como saberes válidos (pero esa es otra historia y será tratada en otro momento).

Es decir, sólo hay “intervención” psicológica en la medida en que el inconsciente se ha desbordado más allá del control racional de la persona. Y en la medida en que la perturbación está más allá de lo que la persona se alcanza a ver a sí misma.

A ese “algo que me pasa”, la psiquiatría (desde una cierta pereza epistémica y teórica) lo llama erróneamente “enfermedad”. Alguien está “enfermo” porque, de algún modo, no es como debería ser. O como el médico cree que debería ser.

Y cometen esta burda confusión precisamente por no tener en cuenta el inconsciente. Que es lo que sale fuera de nuestra lógica racional, lo que no se comprende. Así que, en realidad, la psiquiatría llama “enfermedad” a lo que no comprende, a lo que sale de sus esquemas convencionales de escuela.

Si alguien “cumple el programa” tendría que ser feliz. Si no, es que algo no va bien. ¿Cómo se explica si no ese inquietante malestar anímico en una persona que “lo tiene todo”? Tiene que estar “enfermo”, ¡seguro!

inconscienteSin embargo el síntoma no es signo de enfermedad (como una pústula es signo de infección) excepto, tal vez, de una manera vagamente metafórica. Sino que el síntoma es ni más ni menos que la prueba de la complejidad humana y del difícil encaje entre los diferentes juegos y conflictos de opuestos dialécticos entre los que el hombre vive como un ser fronterizo.

El síntoma es eso, la resultante de los roces y contradicciones de la abigarrada dinámica de la vivencia humana, deslocalizada entre lo propio y lo ajeno, el dentro y el fuera, lo familiar y lo personal, lo consciente y lo consciente, lo individual y lo social.

Es esa desterritorización, ese vivir en una tierra de nadie en la que ni somos “sólo” individuos ni “sólo” sociedad sino el lugar en que el individuo se hace sociedad y la sociedad individuo (y lo consciente, inconsciente, y lo propio, ajeno, etc.), es esa cualidad fronteriza y relacional la que genera los desgarros y las ambivalencias propias de los síntomas.

En otras palabras, algo se ha cortocircuitado en la delicada danza de los opuestos donde todos vivimos más o menos enredados. Lo síntomas son la falla en medio de la complejidad, la fractura que pone de manifiesto que algo no va bien.

En términos clásicos lo que se falta es la unidad, la armonía del conjunto y el encaje dinámico de todas las piezas en una totalidad mayor que le dote de sentido. Y esos son problemas filosóficos o espirituales y no médicos.

El síntoma psicológico se analiza en los tubos de ensayo de la filosofía y de las humanidades. Y no en los del practicante ni en los del quirófano.

Y es que los problemas psicológicos no son enfermedades ni nada que se le parezca.

Seguiremos hablando de ello. Y concretando este discurso abstracto con casos concretos y reales. Permanezcan a la escucha. Y si quieres saber más, suscríbete a mi blog.

Muchas gracias por leerme.

Autenticidad. El Corazón de la terapia

Autenticidad. El corazón de la terapia.

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[Este artículo tiene 4 partes, para leerlo entero pulsa aquí, sino, dale a los número de abajo]

No somos médicos, somos humanos. No tratamos cuerpos sino personas, por eso lo más importante no es la técnica. Sino lo que ocurre a los márgenes de la técnica, que es el centro mismo de la experiencia humana. Lo que ocurre en la hondura, en el ser.

A veces tengo la sensación de que la terapia va de eso. De ser o, más bien, de dejarse ser lo más auténtica e intensamente posible. Ese es el trabajo del psicólogo.

Parafraseando al Tao Te King: “No hay que hacer nada, pero nada queda sin hacer”. Por eso la terapia más que un hacer (que no hay que hacer) es un ser.

Y ser es ser contigo.

Ser para el otro y desde la relación con el otro. Ser es estar al servicio, ser en la entrega.

Sin amor no hay terapia. Así de fácil. Y el amor es apertura y acogida, comprensión y confianza.

De tal manera que el peor terapeuta es el que está cerrado en sí mismo (ensimismado), y el mejor es que está abierto al otro y al Otro (entusiasmado).

La terapia exige exponerse totalmente a uno mismo, sin trampa ni cartón, a pecho descubierto. No hay asepsia sanitaria que valga. Hay que remangarse y pringarse el alma.

El terapeuta amplía su corazón para acoger al otro, sin juicio ni crítica. Sino contemplándole en su verdadera autenticidad. Y eso es amor.

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Funciones de una terapia psicológica (1/3)

No hay normas ni reglas fijas, y cada caso es único, pero podemos enumerar algunas de las funciones más habituales de una terapia:

 

– Descarga emocional: poder liberarte de la angustia o la ansiedad compartiendo con una persona sensible y cualificada (y válida para ello) todo aquello que te preocupa, te pesa, te carga, te onera, te angustia… incluso aquello que te avergüenza, sabiendo que no vas a ser juzgado sino, al contrario, escuchado, aceptado y querido incondicionalmente (al menos en las primeras fases). Dicho de otro modo: ofrecer un espacio de seguridad donde poder ir depositando todo lo que necesites y sacando a la luz lo que estaba oculto, a veces tan profundamente que ni tú mismo sabías que estaba ahí.

 

– Contención de la ansiedad: el terapeuta tiene que saber contener tu ansiedad y gestionar cualquier estado emocional, por negativo o explosivo que parezca. Es más, el mero hecho de poder actuar libremente delante de alguien puede resultar tremendamente terapéutico. Ser aceptado por otro es el primer paso para aceptarse uno mismo.

 

Ser aceptado por otro es el primer paso para aceptarse uno mismo.

– Función espejo: ponerte delante una imagen sana y madura de ti mismo que puedas introyectar. El terapeuta tendrá que ser muy cuidadoso e intentar mantener la neutralidad para no inocularte sus propios sesgos, reflejándote una imagen deformada e inválida, como en un espejo de feria. En realidad, todos estos puntos podrían resumirse así: el terapeuta debe escucharte y comprenderte en tu singularidad concreta para poder devolverte lo que realmente eres (sin contaminarlo con sus propias concepciones de la vida)

 

Partes de este artículo:

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https://madridpsicologia.com/funciones-de-una-terapia-psicologica-33/

 

Estados alterados de Conciencia

meditando, estados alterados de concienciaEstados alterados de conciencia.

 

Podríamos definir la modificación de conciencia (Estados Alterados de Conciencia) como la inducción controlada de “estados existenciales” diferentes a la vigilia ordinaria en los que se transforman radicalmente la percepción del sujeto (lo interno), de su mundo (lo externo) y de las relaciones entre ambas instancias (que pueden llegar a disolverse en una experiencia sin “dentro” ni “fuera”). Las técnicas de modificación de conciencia constituyen una herramienta potentísima (y peligrosísima) de autoconocimiento, exploración e investigación psicológica llegando, incluso, a la sanación psicoespiritual.

 

Existen infinidad de técnicas de inducción de estos estados: danzas y cantos rituales, recitación de mantrams, estados de privación, contemplación, meditación, sustancias psicotrópicas, control de la respiración, etc.

 

Para Stanislav Grof, destacado representante de la naciente (y, tal vez, ya decadente) psicología transpersonal: “La modificación de conciencia es a la psicología lo mismo que el microscopio a la biología o el telescopio a la astronomía”. Es decir, al igual que el microscopio abre todo un nuevo “campo de realidad” –el celular y microscópico–, insospechado de otra manera, la alteración de la conciencia permite el acceso directo a regiones ocultas de la mente (que en último término se “con-funde” en lo real).

 

En estos estados se revelan como evidentes gran cantidad de mecanismos psicológicos inconscientes que han estado interfiriendo (incluso, dirigiendo), desde las profundidades de la psique, toda la vida emocional, sexual, afectiva y cognitiva del sujeto, aunque de manera insospechada (sub-liminal, es decir por debajo del “umbral de conciencia”) pero, eso sí, plenamente operativa (tanto que el material reprimido, por ejemplo, puede dar origen a patologías). Dicho de otro modo, estas vivencias provocan accesos súbitos (“insight”) a profundas comprensiones de uno mismo y de su dinámica psíquica, así como de su particular “encaje” en el mundo como “totalidad armónica”, y hasta del sentido último de la existencia, particular o universal.

 

Además, en los estados alterados se tiene acceso al imaginario personal y colectivo, a universos oníricos o simbólicos que pueden vivenciarse como plenamente reales, así como aperturas espontáneas que muchos psiconautas califican como plenamente místicas o religiosas y que, de hecho, pueden transformar sus vidas para siempre.

 

Para muchos, la modificación de la conciencia es, en fin, la “vía real de acceso al inconsciente” (en palabras de Freud), y actúa como un taladro que perfora los límites habituales de nuestro mundo, lo que se vivencia como un viaje interior a las regiones ocultas de la existencia humana, regiones habitadas por dioses y demonios personales, fantasmas del pasado, recuerdos reprimidos, proyectos, deseos, creencias, presencias numinosas o místicas, etc.

 

Y todo ello configurando o constelando un mensaje psicodinámico concreto (similar al de los sueños o los síntomas) esperando a ser descifrado. “Un sueño sin interpretar es como una carta sin abrir” dice el maestro Luis Cencillo, mucho más podría decirse de estas vivencias que constituyen un material excepcionalmente significativo que debiera ser integrado en los modelos “psicológicos académicos y oficiales” (por no decir modelos “conductistas americanos”).

 

Muchos autores (Robert Master y Jean Huston, Stanislav Grof, Salvador Roquet, etc.) han estudiado científicamente (en contra, por lo general, de las legislaciones vigentes) la potencia terapéutica y sapiencial de estos estados con resultados sorprendentes. Así mismo, han cartografiado todo el espectro de la conciencia elaborando auténticos “mapas de la conciencia”, esencialmente idénticos entre sí.

 

Estos mapas coinciden además (aunque con un lenguaje psicológico más propio del moderno occidente) con los diferentes modelos propuestos por lo que se ha dado en llamar “Filosofía (o Psicología) Perenne”. Saberes olvidados o dogmáticamente rechazados que empiezan a abrirse un hueco por derecho propio entre las tecnociencias occidentales. En palabras de Grof: “El único factor responsable de las sorprendentes diferencias entre la visión del mundo de las culturas industriales occidentales y todos los otros grupos humanos a lo largo de la historia, no es la supremacía de la ciencia materialista sobre la superstición primitiva, sino nuestro profundo desconocimiento de los estados alterados de conciencia”.

 

Rafael Millán

 

Bibliografía recomendada:

 

Grof, S. (2002). La psicología del futuro. Barcelona: Ed. La Liebre de Marzo.

 

Master, R. y Huston, J. (1975). LSD: Los secretos de la experiencia sicodélica. Barcelona: Ed. Brugera..

 

Roquet, S. y Favreau, P. (1981). Los alucinógenos: de la concepción indígena a una nueva psicoterapia. México: Ediciones Prisma.

 

Tenemos algunos vídeos de nuestro canal de Youtube sobre el tema (estados alterados de conciencia). Si te suscribes nos das la vida. Por ejemplo, este:

 

Carta al niño que fuimos (3/4)

carta al niño interior. Niño secretoTomar conciencia del profundo vínculo entre las relaciones tempranas y las actuales resulta muy revelador. Es decir, ¿de qué manera nos ha influido nuestra relación con los padres a la hora de vivir las relaciones (más o menos difíciles) de la actualidad? Así podremos observar si estamos intentando suplir alguna carencia de entonces o sobrecompensar algo. Sólo por darnos cuenta de esto puede merecer la pena una terpia. Y, después de la impresión inicial, resulta tremendamente liberador, ya que podremos explicarnos sentimientos y conductas hacia los demás que, a lo mejor, no entendíamos del todo.

Tomar conciencia del profundo vínculo entre las relaciones tempranas y las actuales resulta muy liberador.

 

Este ejercicio puede llevarnos mucho tiempo, a veces incluso varias sesiones, pero después del mismo planteo otro complementario con el anterior y que arrojará mucha luz sobre el sentido de aquél. Ahora, una vez que hemos tomado conciencia de quién es ese niño al que la carta está dirigida, hagamos el ejercicio inverso: ¿qué te diría a ti ese niño si fuera él quien te escribiera?

 

Aquí puede haber toda una serie de reacciones. A veces el niño es más tolerante y comprensivo de lo que somos de adultos y otras veces el niño machaca al adulto sin piedad por no haber sido capaz de serle fiel, es decir, de sernos fieles a nosotros mismos. Y es ese “nosotros mismos” el que señala al núcleo de la propia autenticidad. Queda representado por la vivencia del niño que fuimos. No olvidemos que ése es el sentido del ejercicio, qué nos diría a nosotros nuestra parte más auténtica. Por supuesto, hay que tener cuidado de no confundir las cosas, puede que si la vivencia de nuestro niño interior es la de un dictador sádico sea necesario estudiar detenidamente las causas de esa agresividad infantil, muy probablemente causada por traumas anteriores o por una relación paterna muy disfuncional.

El sentido de este ejercicio es entrar en contacto con nuestra parte más auténtica.

Siempre es interesante pulsar el estado de nuestro niño interior. ¿Cómo se encuentra? ¿Nos anima o nos obstaculiza? ¿Está orgulloso o resentido con nosotros? ¿Está contento y se sigue desarrollando o está triste y deprimido?…

 

Este artículo tiene cuatro partes:

https://madridpsicologia.com/carta-al-nino-interior-que-fuimos-14/

https://madridpsicologia.com/carta-al-nino-que-fuimos-24/

https://madridpsicologia.com/carta-al-nino-que-fuimos-34/

https://madridpsicologia.com/carta-al-nino-que-fuimos-44/

 

Introducción a Materiales Psicológicos (1/2)

Una terapia es un intento de volver a conectar con la propia esencia, con la propia verdad, es decir, un intento maduro de volver a nuestro centro. Podríamos decir que la terapia es un viaje de vuelta a nosotros mismos.

 

Por supuesto, en la infancia o la adolescencia ya fuimos nosotros mismos, estábamos más conectados con la esencia de nuestro ser, pero lo estábamos en un giro más bajo de la espiral, por lo que la regresión o la vuelta atrás ya no valen. Al contrario, ésa sería una solución netamente patológica.

 

Así que sólo nos queda una salida y está situada al frente, en una octava más alta de la escala. Lo único que podemos hacer sin enredarnos aún más es caminar hacia adelante, hacia el futuro, hacia lo nuevo. Pero -y ésta es la clave- hay que caminar desde la propia autenticidad, desde el propio centro, si no, antes o después llegaremos a un callejón sin salida y tendremos que deshacer lo andado, si es que aún nos dan las fuerzas…

Se trata de intentar resonar con la verdad profunda, entrar en sintonía con nuestra propia autenticidad.

Aunque al principio cueste un poco, lo cierto es que no se puede vivir de otra manera. Y mucho me temo que en estas cuestiones es imposible hacer trampas. Al final siempre hay que elegir: se vive desde el corazón o se vive desde un montaje, se vive en la verdad o se vive en la mentira. Y el que vive en la mentira siempre acaba pagando el precio. La mentira (o la falta de autenticidad) puede ser más cómoda en un principio, pero que nadie se llame a engaño: instalarse conscientemente en la falsedad, antes o después, pasará factura. Si no ponemos unos cimientos sólidos, al final no soportaremos “el peso” de la vida y todo el edificio acabará derrumbándose desde su base.

 

Sigue en: https://madridpsicologia.com/introduccion-a-materiales-psicologicos-22/

Funciones de una terapia psicológica (2/3)

el terapeuta debe escucharte y comprenderte en tu singularidad concreta para poder devolverte lo que realmente eres

– Ayudarte a encontrar las claves de ti mismo: el terapeuta, por su experiencia, puede orientarte y ayudarte a comprender partes de ti mismo o de tu conducta que pueden resultarte desconcertantes o extrañas, sobre todo esas conductas contra las que luchamos una y otra vez y de las que no parecemos poder liberarnos nunca (son “más fuertes que nosotros”). A veces hay estados de ánimo que te arrastran y contra los que, aparentemente, nada puedes hacer. Pero todo eso tiene una causa y un origen y existen medios para llegar a comprenderlo y combatirlo; una persona entrenada para ello podrá ponerte sobre la pista y ayudarte a encontrar las claves que te faltan.

Es decir, vale para comprendernos mejor. A veces, simplemente necesitas un armazón, un esqueleto sobre el que ir colocando vivencias fragmentarias que no acaban de integrarse. Un buen terapeuta tiene que saber qué hacer con esas vivencias y conectarlas entre sí formando un todo coherente y armónico, lleno de sentido.

 

– Dar ánimos y ganas de vivir. Inyectar vitalidad. Un buen terapeuta debería estar en contacto con las potencias creativas y vitales de su alma para saber señalártelas a ti y enseñarte a conectar con ellas. También, en los casos en los que haga falta, puede incluso “injertar” partes de su propia personalidad.

 

– Función parental. Casi siempre el problema hunde sus raíces en la educación temprana y en la primera infancia. Por eso el terapeuta tiene que suplir las carencias que se dieron encarnando los roles paterno y materno. Como se dice en algunas escuelas, ejercer la función materna (nutricia, amorosa) y paterna (dar la ley y poner los límites). Por supuesto, esto es una muleta provisional, y debe hacerse sólo hasta que la persona esté lo suficientemente fortalecida como para no necesitarlo y pueda darse ambas cosas a sí misma. Si no el resultado sería contraproducente, porque la persona podría engancharse emocionalmente con el terapeuta generando una dependencia emocional (neurosis de transferencia).

 

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¿Quién necesita un psicólogo?

Una psicoterapia puede ayudar a todo el mundo, pero te la recomendaría especialmente si…

 

…si no te encuentras bien y no aciertas a saber por qué, si estás triste sin motivo o desvitalizado y falto de energía, si no te ilusiona vivir o si te sorprendes haciendo, pensando o sintiendo cosas que no entiendes y de las que te gustaría deshacerte. Es decir, si sufres sin un motivo concreto.

 

si te sientes perdido o confuso respecto a cualquier aspecto de tu vida y no acabas de encontrarte a ti mismo, tu lugar en el mundo, tu camino o tu vocación.

 

si te sientes bloqueado emocionalmente o, por el contrario, desbordado por unos sentimientos que no comprendes o no controlas.

 

si crees que tu vida no avanza o te vives vacío de sentido o si sientes que vives por vivir, sin disfrute ni autenticidad.

 

si estás pasando un duelo y quieres alguien que te ayude a comprenderlo, que te acompañe en los momentos difíciles y que te dé las herramientas necesarias para empezar a superarlo.

 

si crees que no rindes lo suficiente en algún área de tu vida: emocional, laboral, lúdica, sexual, de pareja;

 

si necesitas encontrar alguien con quien hablar, y que te ayude a salir de un bache o a proyectar y planificar una vida más plena, descargarte emocionalmente, sentirte escuchado y comprendido;

 

si quieres practicar habilidades sociales y aprender a relacionarte mejor con los demás;

 

…o si, sencillamente, deseas hacerte una “revisión y puesta a punto”: conocerte mejor, sentirte más lleno, profundizar en tu identidad y aclarar quién eres, es decir, si estás buscando una verdad personal más honda o más auténtica.

Qué es una terapia psicológica (2/2)

Una terapia es…

…una forma de comprometernos seriamente con lo que ya somos y con lo que estamos llamados a ser, es decir, un compromiso inalienable con nuestra propia autenticidad.

Una terapia es…

…una ducha fría de realidad de la que saldremos tonificados interiormente.

Una terapia es…

…un espacio iniciático (incluso espiritual) en el que integrar los elementos de nuestra alma y nuestra sensibilidad.

Una terapia es…

…un ritual que abra nuestro corazón y nos conecte al mundo, un ritual para “matar el ego(ismo)” y salir renacidos, renovados.

Una terapia es…

…una batalla contra las peores partes de nosotros mismos, de la que, si todo va bien, saldremos victoriosos.

Una terapia es…

…un proceso de doma del deseo, de domesticación de nuestras partes salvajes o, por el contrario, de desbloqueo y de contacto con los deseos reprimidos y necesitados de expresión.

Una terapia es…

…un laboratorio alquímico, un taller de pruebas existenciales para construirte a ti mismo, una exploración de la psique…

Una terapia es…

…una transformación profunda, de oruga a mariposa.

 

Así es. Una terapia es un proceso, un viaje, una búsqueda, un camino, una forja, un taller, un laboratorio, una aventura, una transformación, un ritual, una batalla, una exploración, un espacio iniciático…

Todo eso y mucho más puede ser una terapia, porque cada proceso y cada persona es única y la terapia siempre se tiene que adaptar a las necesidades específicas de cada uno.

 

Artículo anterior: https://madridpsicologia.com/que-es-una-terapia-psicologica-12/

Asesoría Filosófica (3/3)

Asesoría filosófica y terapia psicológica

– ¿Cuál es el sentido de mi vida? Haber encontrado un sentido existencial válido, claro y coherente. Esto, tal vez sea lo más importante. Sin un sentido vital no se puede vivir. Si no sabemos por qué o para qué vivimos, empezaremos a tener la desagradable sensación de vivir porque sí, de estar de más en el mundo, de sobrarnos a nosotros mismos.

Basta con que la persona comprenda que si no tiene el proyecto y la intención firme de ser buena persona, nunca podrá llegará a ser del todo feliz

Sin un sentido no podremos soportar la carga de la vida, ya que la vida tiene un peso específico que cargamos sobre nuestros hombros. Ese sentido tiene que ser algo a lo que merezca la pena entregarse, por lo que tendrá que ser algo más grande que la persona, algo que nos trascienda, que vaya más allá de nosotros y en lo que poder encajarnos como una pieza en el puzzle (de hecho, ésa es mi definición de sentido: el encaje armónico de la “parte” en el “todo”,como de una palabra en un texto o de una nota en una melodía).

Lo que desde luego no vale es dedicarse por completo “al propio placer” o acumular dinero. Esos motivos no tienen el fuste suficiente como para soportar el peso de una vida

La solución más habitual (y perfectamente válida) sería crear una familia, pero el sentido puede encontrarse en otras cosas: una obra social, filosófica o artística, una cierta entrega contemplativa o religiosa al mundo, una actitud filántropa, etc. Lo que desde luego no vale es dedicarse por completo “al propio placer” o acumular dinero. Esos motivos no tienen el fuste suficiente como para soportar el peso de una vida y antes o después acabarán resultando muy frustrantes.

 

Ninguna terapia estará completamente terminada si alguno de estos elementos cojea: ¿Quién soy yo?  ¿Qué es el mundo? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer? ¿Cuál es el sentido de mi vida?

 

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¿Cómo entiendo la terapia? (3/3)

El arte del terapeuta es sutil, consiste, como en el tao, en “no hacer nada” y que a la vez “nada quede sin hacer”

Si me permites la metáfora, madurar es como montar en bici, al principio puede parecer complicado y es muy difícil explicar cómo se hace; pero con la práctica sale sólo y no se olvida. La terapia sería como esas ruedecitas de apoyo que a veces se usan para aprender a montar en bicicleta, pero que habrá que retirar lo antes posible. Tampoco hay que hacer nada para madurar fisiológicamente (sólo “dejar hacer a la sabiduría de nuestros cuerpos”). Algo parecido ocurre con la maduración psicológica, sólo que en esa maduración hay algo que nos asusta, por eso no hemos madurado, y muchas veces el grueso de la terapia puede consistir en que nos enfrentemos juntos a tus resistencias a crecer. Casi siempre hay algo de Peter Pan.

El grueso de la terapia puede consistir en que nos enfrentemos juntos a tus resistencias a crecer

De hecho, es esencial que comprendas que sólo tú mismo puedes hacerte cargo de tu propia vida. Es decir, tienes que responsabilizarte y dejar de echar balones fuera. Puede que al principio sean necesarias muletas emocionales (las ruedecitas de apoyo) para empezar a caminar, pero habrá que intentar retirarlas lo antes posible, y esto aunque te caigas, ya que aprender a levantarte es uno de los aprendizajes esenciales que la vida no te permitirá saltarte. Y, en el futuro, ya no contarás con la asistencia de un terapeuta.

Si todo va bien, poco a poco podrás sostenerte a ti mismo y dejarás de necesitarme, con lo que que tendremos que despedirnos y vivir, ambos, tanto tú como yo, un pequeño duelo por la relación perdida; duelo que a veces puede ser muy doloroso, pero que será necesario para que los dos podamos continuar sana y maduramente con nuestras vidas.

 

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