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Trastorno de la última asignatura

ultima-asignatura¿Por qué a tanta gente le queda la última asignatura?

El síntoma psicológico en su paradoja es la prueba clara de que existen dos modos o dos procesos diferentes en convivencia antagónica, lo que tradicionalmente se ha llamado consciente e inconsciente. El síntoma aparece cuando consciente e inconsciente se descarrían y, como los caballos del auriga de Platón, les da por ir a cada uno por su lado.

En este sentido, todos llevamos al menos una doble vida, ya que nuestro vivir inconsciente es capaz de perseguir objetivos y programar medios para conseguir lo que quiere a espaldas de “nosotros mismos”.

Y esa es la forma más fácil de reconocer el síntoma, porque parece querer una cosa haciendo exactamente lo contrario.

Yo lo llamo, siguiendo a los clásicos, carácter transaccional del síntoma: la persona intenta llegar a un acuerdo imposible consigo misma o “transacción” (que, aunque no siempre, suele traducirse en la práctica como: “hacer lo que quieren mis padres haciendo exactamente lo contrario”).

Este carácter contrastante del síntoma se manifiesta también en la vida onírica y en la fantasía, lo que confirma la tesis de que tanto el síntoma como el sueño pertenecen al mismo ámbito psíquico al que, por tradición, llamamos inconsciente.

Aunque “el inconsciente” no es algo estático sino vivo y no es un “lugar” o una “parte del cerebro” sino otro modo de ser que corre junto a nuestra vida racional y consciente. Y que, a pesar del nombre, puede, en gran parte devenir consciente.

En los sueños continuamente aparecen opuestos que coinciden en un mismo símbolo u onirema. Por ejemplo, algo viejo aparece como joven o algo grande como pequeño y, muchas veces, algo es a la vez una cosa y su contraria: incluso una persona puede ser otra a un mismo tiempo. Y normalmente ese contraste o esa contradicción es la clave del sueño y de la terapia.

La situación del neurótico (como la del sueño) es imposible. La neurosis es un cortocircuito emocional en toda regla. El síntoma quiere satisfacer a todos a la vez, ser él mismo siendo lo contrario. Es una negociación en la que todas las partes pierden y ganan a un mismo tiempo.

Alguien puede, por ejemplo, estudiar Derecho pero faltando a todas las clases, sin saber por qué. De esa manera hace como si fuera un adulto autónomo mientras sigue siendo un niño dependiente.

Otro puede autosabotearse el éxito en cualquier ámbito. O dar con parejas que le impidan crecer o que no están realmente disponibles, así ni están en pareja ni no lo están. Siguiendo esta reflexión el síntoma máximo sería el del pobre gato de Schrödinger que está vivo y muerto a un mismo tiempo. ¡Vaya un neurótico!

Normalmente nosotros no llegamos a tanto como el paradójico felino cuántico. Y la contradicción básica con la que se debaten los neuróticos actuales es que son adultos/niños.

Uno de las manifestaciones clásicas de esta neurosis de nuestro tiempo es la que yo llamo el “mal o trastorno de la última asignatura”. Es decir, personas que se quedaron a unos pocos (o incluso un solo) examen de acabar la carrera. Conozco muchísimos casos.

Este “trastorno” suele deberse a un ambiente emocional enrarecido en el que los padres les han inoculado la idea de que nunca conseguirán triunfar o de que son unos inútiles. Quedándose a una sola asignatura consiguen la cuadratura del círculo: dan la razón al padre, a la vez que demuestran que si hubieran querido, habrían acabado la carrera. O sea, una cosa y la contraria.

No está de más aclarar que cuando la desproporción entre medios y fines es tan clara, tirar todo el esfuerzo de años por no dar un último empujón, es señal inequívoca de que hay un complejo neurótico de algún tipo y de que hay interferencias inconscientes que hay que analizar.

También puede darse (aunque es un caso de lo anterior) que la persona deje los estudios cuando está justo a punto de conseguir lo que quería (un doctorado, o un máster) que le iguala (o le hace superar) el nivel académico del padre o de la madre.

Pero no puede hacerlo, se “bloquea” porque eso sería dejar de ser “hijo” menor que ellos. Y adquirir la responsabilidad adulta de la que el neurótico huye como la peste. Y se bloquea aunque le vaya la vida en ello. (Al final sí que somos un poco como ese muerto viviente que es el gato de Schrödinger).

Así podríamos decir que uno de los elementos más habituales de la neurosis (que en cierto grado todos tenemos hoy en día) es que es un intento (frustrado) de adquirir la propia identidad sin renunciar a la que le fue asignada “por defecto” en la primera infancia.

Se trata de ser un rebelde adolescente siendo el perfecto niño bueno.

Seguiremos sobre ello.

Fobia. La belleza del insecto

fobia insectos¿De qué es de lo que huye el paciente? De la realidad. ¿Y dónde se esconde? En el síntoma.

Pero es un escondite vano porque la realidad no se puede escamotear. El síntoma es a la vez el refugio y la grieta por la que se cuela la realidad. Aún más siniestra y terrible que al principio.

Por eso el síntoma sabe a paradoja y sabe a “irrealidad”. Y aunque nunca es un montaje consciente, sí que es cierto que, de alguna manera, el síntoma es un paripé, un “teatro mental”, un “truco de ilusionismo psicológico” del que somos a la vez víctimas y verdugos.

Por supuesto, nadie se autoengaña a propósito. No es eso. Sino que somos víctimas (junto a todo nuestro entorno) de una trampa que nos hemos tendido a nosotros mismos, una trampa tan astuta y bien diseñada que ni sospechamos de ella.

En la terapia hay que intentar desmontar la trampa. La terapia es una ducha fría de realidad, una luz que ilumina la oscuridad psíquica, un mapa que nos enseñe el camino, el manual de “ilusionismo” que nos ayude a “pillarnos” el truco que, inconscientemente, nos estamos haciendo.

En otras palabras, la terapia es un encuentro con aquello que no se ha podido digerir porque estaba “crudo” o era “venenoso”. Y el terapeuta es el cocinero que ayuda al paciente a elaborar su realidad al calor de la relación terapéutica para hacérsela masticable, para que pueda metabolizar aquello que teme y que rechaza e incorporarlo a su vida anímica.

El paciente, en algún aspecto, es como un niño y necesita que alguien le prepare una “papilla” emocional. Más tarde, podrá digerir alimentos sólidos e incluso prepararlos para otros.

Os cuento un sueño en el que se ve claramente la gestación del síntoma como un pedazo indigesto de realidad que el paciente no podía “tragar”, en este caso porque el padre tampoco podía.

Una nota: esa metáfora, la de “tragar” o comer, es muy habitual en los sueños con el significado de incorporar algo al mundo anímico, es muy importante ver quién nos los ha cocinado, con que ingredientes, etc. El alimento del cuerpo es una muy buena analogía de la nutrición del alma. No sólo de pan vive el hombre.

Se trata de un sueño de infancia relatado por un hombre joven en una de las primeras sesiones conmigo. Lo transcribo de memoria.

El paciente, niño, está en el asiento trasero del coche de su padre. De repente unos insectos enormes como puños se pegan por fuera de la ventanilla. El soñante se asusta y le pregunta al padre (que va al volante) qué son esos bichos asquerosos. Pero el padre no los ve.

Al final, después de cierta lucha, el hijo consigue hacérselo ver. Entonces el padre abre una de las ventanillas y coge uno de los insectos y se lo muestra al hijo mientras le acaricia como si fuera un peluche o una mascota, intentando convencerle de que es algo bello e inofensivo. Pero cuanto más lo acaricia más grande y repugnante se vuelve el bicho. Hasta que el paciente despierta muerto de miedo.

fobiainsectos3Este sueño es una clase magistral de psicología. Habla por sí mismo, casi no necesita interpretación. Y muestra una vez la importancia capital del análisis onírico para la terapia y para la vida.

Lo primero que se ve claro es que los síntomas del pacientes (entre otros una fobia a los insectos) tienen su origen en la incapacidad del padre para ver los elementos negativos, las aristas duras de lo real.

El discurso del padre es carente (“castrado” dirían los clásicos). Hay algo, “ahí fuera” que no puede explicarle al hijo. Algo terrible y repugnante que, muy posiblemente, ni si quiera él mismo puede reconocer (ni digerir).

Y el silencio, como una rasgadura en la tela del discurso, es como el vacío: inconcebible para el mundo psíquico. Por eso donde hay silencio, reinan los monstruos.

El sueño muestra como el padre intenta superar su propio silencio, es decir, su propia incapacidad de aceptar esos “insectos” mirando para otro lado, haciendo como que no existe o que no pasa nada. O aún peor: colándolo como algo bueno y agradable. Pero es imposible. No hay mejor manera de hacer que lo malo se vuelva terrible que intentar minimizarlo.

Algunas de las cosas que vimos en terapia que el padre “negaba” al hijo y escamoteaba de la realidad era el mal, la muerte y el sufrimiento. El padre quería pintarle al hijo un mundo donde nada de esto ocurría. Pero el niño (no por ello idiota) se daba perfecta cuenta de la existencia de estas realidades y necesitaba una explicación, una forma de bregar y dialogar con ellas. Una forma de “digerirlas”.

El hecho de que el padre las ocultara o las maquillara sólo hacía que esta persona tuviera aún más miedo. Lo que le convirtió (y por eso vino a terapia) en una especie de fóbico profesional que tenía miedo, literalmente, incluso de matar una mosca. Y ese miedo le bloqueaba y el padre “amantísimo” lo hacía todo por él. Incluso matar las moscas, ¡ni eso le dejaba hacer al hijo!

El fracaso del padre, en este caso, es que no supo darle lo esencial, una cosmovisión válida y completa para el hijo. En lugar de eso le entregó una tela con agujeros, incapaz de soportar el peso de una vida humana completa sin romperse.

Este sueño tienen otros elementos curiosos que son bastante universales. El coche del padre como ambiente de protección en donde el paciente se siente seguro (siempre que el “fuera” terrible no venga a invadirlo). El padre como conductor del mundo de la infancia, etc.

Por ahora nos quedamos aquí. Y aprendemos la lección:

Detrás del síntoma hay un pedazo de realidad indigesto, que, por el motivo que sea resulta insoportable para la paciente que antes de aceptar esa realidad inaceptable prefiere escaparse al síntoma. Aunque con ello pague el peaje de llevar una vida a medias.

Y una advertencia para padres: no intenten censurar la realidad en una presentación “ad usum delfinis”. Sino que, desde el cariño y el lenguaje apropiado, presenten la verdad al niño. Hablénle con naturalidad del dolor y la muerte, del sufrimiento y el esfuerzo, e incluso de sus propias dudas al respecto. No hagan de la vida un escenario amable de cartón piedra. Eso enloquece a los niños.

Por acabar, una nota curiosa sobre como se enfocó (en parte) esa terapia. El paciente, de una gran sensibilidad estética empezó a observar la belleza, alienígena de los insectos (reales y metafóricos) y así pudo ir más allá del miedo. E incorporar esa realidad (el sufrimiento, la muerte y los insectos) que, mirados desde cierto punto de vista, no dejan de tener una enorme (aunque dolorosa) belleza.

Por cierto que en cualquier síntoma, como se ve claro en estas fobias y en este sueño, lo que pasó fue que en algún momento el miedo ganó el pulso a la vida.

Y no se puede vivir con miedo.

¿Qué me pasa, Doctor?

psicologia inconscienteAunque no me gusta el término (de herencia biomédica) los “síntomas” psicológicos tienen una curiosa propiedad: siempre son paradójicos.

Es más, son síntomas precisamente por ser paradójicos, por romper con la lógica convencional. El síntoma es lo que no debería estar ahí pero sin embargo está. Y es esta ambivalencia lo que los define como síntomas.

La persona viene a terapia porque no se entiende a sí misma. Se vive en permanente contradicción. “Algo le pasa”, algo que escapa a su control consciente. Por eso “sabe” que lo que le pasa es psicológico.

Aunque parezca un juego de palabras: sabe que tiene un problema psicológico porque no sabe qué problema tiene o qué tipo de problema tiene. Es decir: tiene un problema con su inconsciente, sino no sería un problema psicológico sino de la vida.

Este es el motivo, dicho sea de paso, por el que la psicología terapéutica necesita postular el inconsciente para tener un ámbito propio, ya que no hay perturbación auténticamente psicológica si la persona sabe qué es lo que le pasa. Si todo queda en el ámbito de lo que tradicionalmente se ha llamado “consciente” no hay problema específicamente psicológico, sino de otro tipo.

Está claro. Si alguien no tiene trabajo o discute con su pareja lo que le tiene son problemas de la vida. Otra cosa es que no encuentre trabajo porque “algo” le bloquea o le sabotea a la hora de buscarlo o “algo” genere interferencias emocionales incontrolables a la hora de comunicar con su pareja.

La problemática específicamente psicológica sería ese “algo” inconsciente, y no la pareja y el trabajo que son ámbitos de la vida (que tienen elementos psicológicos, como todo lo humano, pero no son específicamente el problema psicológico a tratar que siempre es inconsciente).

La psicología moderna y la psiquiatría parecen haber olvidado esta evidencia y, por lo tanto, han perdido su identidad como saberes válidos (pero esa es otra historia y será tratada en otro momento).

Es decir, sólo hay “intervención” psicológica en la medida en que el inconsciente se ha desbordado más allá del control racional de la persona. Y en la medida en que la perturbación está más allá de lo que la persona se alcanza a ver a sí misma.

A ese “algo que me pasa”, la psiquiatría (desde una cierta pereza epistémica y teórica) lo llama erróneamente “enfermedad”. Alguien está “enfermo” porque, de algún modo, no es como debería ser. O como el médico cree que debería ser.

Y cometen esta burda confusión precisamente por no tener en cuenta el inconsciente. Que es lo que sale fuera de nuestra lógica racional, lo que no se comprende. Así que, en realidad, la psiquiatría llama “enfermedad” a lo que no comprende, a lo que sale de sus esquemas convencionales de escuela.

Si alguien “cumple el programa” tendría que ser feliz. Si no, es que algo no va bien. ¿Cómo se explica si no ese inquietante malestar anímico en una persona que “lo tiene todo”? Tiene que estar “enfermo”, ¡seguro!

inconscienteSin embargo el síntoma no es signo de enfermedad (como una pústula es signo de infección) excepto, tal vez, de una manera vagamente metafórica. Sino que el síntoma es ni más ni menos que la prueba de la complejidad humana y del difícil encaje entre los diferentes juegos y conflictos de opuestos dialécticos entre los que el hombre vive como un ser fronterizo.

El síntoma es eso, la resultante de los roces y contradicciones de la abigarrada dinámica de la vivencia humana, deslocalizada entre lo propio y lo ajeno, el dentro y el fuera, lo familiar y lo personal, lo consciente y lo consciente, lo individual y lo social.

Es esa desterritorización, ese vivir en una tierra de nadie en la que ni somos “sólo” individuos ni “sólo” sociedad sino el lugar en que el individuo se hace sociedad y la sociedad individuo (y lo consciente, inconsciente, y lo propio, ajeno, etc.), es esa cualidad fronteriza y relacional la que genera los desgarros y las ambivalencias propias de los síntomas.

En otras palabras, algo se ha cortocircuitado en la delicada danza de los opuestos donde todos vivimos más o menos enredados. Lo síntomas son la falla en medio de la complejidad, la fractura que pone de manifiesto que algo no va bien.

En términos clásicos lo que se falta es la unidad, la armonía del conjunto y el encaje dinámico de todas las piezas en una totalidad mayor que le dote de sentido. Y esos son problemas filosóficos o espirituales y no médicos.

El síntoma psicológico se analiza en los tubos de ensayo de la filosofía y de las humanidades. Y no en los del practicante ni en los del quirófano.

Y es que los problemas psicológicos no son enfermedades ni nada que se le parezca.

Seguiremos hablando de ello. Y concretando este discurso abstracto con casos concretos y reales. Permanezcan a la escucha. Y si quieres saber más, suscríbete a mi blog.

Muchas gracias por leerme.