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Carta al niño que fuimos (3/4)

carta al niño interior. Niño secretoTomar conciencia del profundo vínculo entre las relaciones tempranas y las actuales resulta muy revelador. Es decir, ¿de qué manera nos ha influido nuestra relación con los padres a la hora de vivir las relaciones (más o menos difíciles) de la actualidad? Así podremos observar si estamos intentando suplir alguna carencia de entonces o sobrecompensar algo. Sólo por darnos cuenta de esto puede merecer la pena una terpia. Y, después de la impresión inicial, resulta tremendamente liberador, ya que podremos explicarnos sentimientos y conductas hacia los demás que, a lo mejor, no entendíamos del todo.

Tomar conciencia del profundo vínculo entre las relaciones tempranas y las actuales resulta muy liberador.

 

Este ejercicio puede llevarnos mucho tiempo, a veces incluso varias sesiones, pero después del mismo planteo otro complementario con el anterior y que arrojará mucha luz sobre el sentido de aquél. Ahora, una vez que hemos tomado conciencia de quién es ese niño al que la carta está dirigida, hagamos el ejercicio inverso: ¿qué te diría a ti ese niño si fuera él quien te escribiera?

 

Aquí puede haber toda una serie de reacciones. A veces el niño es más tolerante y comprensivo de lo que somos de adultos y otras veces el niño machaca al adulto sin piedad por no haber sido capaz de serle fiel, es decir, de sernos fieles a nosotros mismos. Y es ese “nosotros mismos” el que señala al núcleo de la propia autenticidad. Queda representado por la vivencia del niño que fuimos. No olvidemos que ése es el sentido del ejercicio, qué nos diría a nosotros nuestra parte más auténtica. Por supuesto, hay que tener cuidado de no confundir las cosas, puede que si la vivencia de nuestro niño interior es la de un dictador sádico sea necesario estudiar detenidamente las causas de esa agresividad infantil, muy probablemente causada por traumas anteriores o por una relación paterna muy disfuncional.

El sentido de este ejercicio es entrar en contacto con nuestra parte más auténtica.

Siempre es interesante pulsar el estado de nuestro niño interior. ¿Cómo se encuentra? ¿Nos anima o nos obstaculiza? ¿Está orgulloso o resentido con nosotros? ¿Está contento y se sigue desarrollando o está triste y deprimido?…

 

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Introducción a Materiales Psicológicos (1/2)

Una terapia es un intento de volver a conectar con la propia esencia, con la propia verdad, es decir, un intento maduro de volver a nuestro centro. Podríamos decir que la terapia es un viaje de vuelta a nosotros mismos.

 

Por supuesto, en la infancia o la adolescencia ya fuimos nosotros mismos, estábamos más conectados con la esencia de nuestro ser, pero lo estábamos en un giro más bajo de la espiral, por lo que la regresión o la vuelta atrás ya no valen. Al contrario, ésa sería una solución netamente patológica.

 

Así que sólo nos queda una salida y está situada al frente, en una octava más alta de la escala. Lo único que podemos hacer sin enredarnos aún más es caminar hacia adelante, hacia el futuro, hacia lo nuevo. Pero -y ésta es la clave- hay que caminar desde la propia autenticidad, desde el propio centro, si no, antes o después llegaremos a un callejón sin salida y tendremos que deshacer lo andado, si es que aún nos dan las fuerzas…

Se trata de intentar resonar con la verdad profunda, entrar en sintonía con nuestra propia autenticidad.

Aunque al principio cueste un poco, lo cierto es que no se puede vivir de otra manera. Y mucho me temo que en estas cuestiones es imposible hacer trampas. Al final siempre hay que elegir: se vive desde el corazón o se vive desde un montaje, se vive en la verdad o se vive en la mentira. Y el que vive en la mentira siempre acaba pagando el precio. La mentira (o la falta de autenticidad) puede ser más cómoda en un principio, pero que nadie se llame a engaño: instalarse conscientemente en la falsedad, antes o después, pasará factura. Si no ponemos unos cimientos sólidos, al final no soportaremos “el peso” de la vida y todo el edificio acabará derrumbándose desde su base.

 

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Meditación. Conectando con el Corazón (1/3)

Empezaremos practicando la “conexión con el centro” o “conexión con el corazón”. En realidad se trata de una forma de meditación o, más bien, de mi intento de decantar la esencia de la mayoría de las técnicas de meditación. Por eso te propongo que realices la “conexión” siempre que puedas, especialmente antes de tomar alguna decisión importante, antes de las sesiones de terapia y, por supuesto, antes de realizar otros ejercicios, hasta que, idealmente, ya no la necesites porque hayas aprendido a instalarte en tu centro de manera permanente.

 

Llamo a este ejercicio “conexión” porque puede plantearse como una conexión entre dos polos, aunque los dos polos somos, por supuesto, nosotros mismos. ¿Cómo me explicaría mejor? Digamos que hay un yo pequeño y un Yo grande. El yo pequeño es en el que vivimos la mayor parte del tiempo y es condicionado, personal, superficial, limitado; el Yo grande es profundo, incondicionado, ilimitado y universal. El yo grande, aunque lo llame “yo” no es individual sino transpersonal, es decir, va más allá de nuestras vivencias biográficas y personales, y las engloba.

 

De hecho, podríamos definir al pequeño yo como una condensación, un “pliegue” o un “nudo” del Gran Yo. Por supuesto, el yo pequeño no es autosuficiente, si de vez en cuando, no se conecta con su fuente (el Yo grande) se empieza a sentir cerrado y agotado. El yo pequeño sólo se siente auténtico cuando se alinea con el Yo grande, y como el pequeño está hecho del mismo material (Conciencia) que forma al grande, cuando se armoniza con él se siente revitalizado, vuelve a su fuente, retorna al origen.

La «iluminación espiritual» consistiría en la total disolución del yo pequeño en el Yo grande como una gota de agua se funde en el océano.

En el límite, la “iluminación espiritual” consistiría en la total disolución del yo pequeño en el yo grande como una gota de agua (pequeña, limitada y con una forma) se funde en el océano (que es grande, ilimitado y más allá de la forma… ¡al menos para la gota!).

 

Pero, de momento, no vamos a ir tan lejos, sino que nos conformaremos con intentar sentir el punto de anclaje entre el uno y otro, la “interfase”, el lugar exacto en el que nuestro yo pequeño y cotidiano hunde sus raíces en el gran Yo.

 

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Cómo meditar. Práctica de la conexión con el corazón (1/3)

meditaciónEmpieza el ejercicio.

 

Sitúate con ropa cómoda en un espacio acogedor y tranquilo. A cada uno habrá algunas cosas que nos ayuden a “sintonizar” mejor. A mí me sirve el incienso o las esencias, música baja (especialmente música de tradiciones espirituales), una luz suave, mejor si es natural, como la de una vela.

 

Si te sientes afín a alguna tradición espiritual, puedes leer un texto que te inspire o contemplar una imagen (un pantocrátor, un santo, un cristo, un mandala, caligrafía sagrada, etc.). Muchas tradiciones coinciden en que los mejores momentos para realizar este tipo de prácticas son justo antes del amanecer o justo después del atardecer. Muchos hemos comprobado que un rato de meditación o de oración antes de que salga el sol parece “cargar” la batería para todo el día, incluso si se ha dormido poco.

 

Ahora ponte cómodo, siente tu cuerpo y empieza a prestar atención a tu respiración. Yo suelo respirar hondo varias veces antes de empezar, luego prefiero las respiraciones profundas pero naturales, sin forzarlas demasiado.

Se trata de arrojar la luz de la atención a procesos que ocurrían mecánicamente, en la oscuridad del inconsciente.

En caso de duda o en el de que prefiras hacerlo de otra manera, escucha y da preferencia a tu criterio, a tus sensaciones y a tu espontaneidad, se trata de que el ejercicio no acabe siendo otra rutina mecánica, sino una vía para conectar con tu conciencia y con tu propia creatividad, y arrojar algo de luz (de la luz de la atención y de la conciencia) sobre procesos y mecanismos emocionales que ocurrían en la oscuridad, mecánicamente, en el inconsciente. Pero eso irá llegando con el tiempo y con la práctica.

En principio no es posible dejar la mente en blanco, lo que sí puedes hacer es tratar de no engancharte a tus pensamientos. Para ello vamos a centrar tu atención en la respiración. Siente todas y cada una de tus respiraciones, intenta que no se te escape ninguna, pero si te distraes no pasa nada, también puedes observar tranquilamente tu distracción mientras vuelves a dirigir tu atención, con suavidad, a la siguiente respiración.

 

Los pensamientos empezarán a llegar inevitablemente. Pensamientos de todo tipo, incluso algunos que pongan en duda lo que estás haciendo (son muy habituales). Déjalos pasar sin aferrarte a ellos. Los pensamientos son como las nubes, si hay muchos ocultarán el cielo, o si son demasiado “densos” podrán encapotar el fondo azul de tu propia conciencia. Y de eso se trata, de quedarnos justo con la conciencia, con nuestra sensación de ser.

Simplemente observa lo que venga, déjalo estar y lleva con suavidad tu conciencia a la respiración.

Lo ideal es que no te apegues a nada, a ningún pensamiento, a ninguna sensación, a ninguna imagen, a ningún recuerdo, a ningún deseo. Simplemente observa lo que venga, déjalo estar sin pelearte con ello y vuelve a llevar con suavidad tu conciencia a la respiración. Cada vez será más fácil. Siente el aire, entrando y saliendo, nada más que eso. Inspirar y espirar… dentro y fuera… No hay nada más.

 

Estamos intentando pasar a través de las turbulencias y las distracciones de la vida cotidiana para mirar más adentro, por eso hay que calmar las aguas superficiales (los pensamientos y los sentimientos superfluos) para que se pueda ver el fondo. Intenta sentir la serenidad de fondo que envuelve a todas las cosas. Todo viene del silencio y vuelve al silencio, todo viene de la Conciencia y vuelve a la Conciencia.

Todo viene del silencio y vuelve al silencio, todo viene de la Conciencia y vuelve a la Conciencia.

Si algo nos perturba (un sonido que no podemos evitar, un pensamiento machacón) no intentes oponerte a ello, al contrario, mételo dentro del ejercicio. Con cada nuevo elemento, como si removieras las arenas del fondo, las cosas tardarán un tiempo en reacomodarse y volver a su lugar, pero lo harán antes o depués. Intenta mantenerte calmado. En el centro de esa serenidad está el tesoro. Con suerte llegaremos a él y acabaremos aprendiendo que no merece la pena seguir huyendo.

 

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Meditación. Conectando con el Corazón (2/3)

Ya se ve que me estoy refiriendo a lo que muchas tradiciones espirituales y escuelas psicológicas llamarían meditación. Como ya he dicho, yo lo llamo “conexión con el centro” o “conexión con uno mismo”, porque hay algo en el término “meditación” que no acaba de convencerme. Con el término “meditación” da la impresión de que se tiene que hacer algo para entrar en un estado diferente (o “alterado”) que no es el habitual. Desde mi punto de vista, debiera ser exactamente lo contrario: vivir conectados con nosotros mismos debería ser nuestro estado natural y por defecto (y no el estado diferente o “alterado”).

 

Vivimos en un mundo que, por todas partes, nos lleva a la desconexión. Por eso solemos sentirnos tan vacíos y tan cerrados, vacíos de Ser, vacíos de Nosotros-Mismos. Lo que nos da sensación de apertura y de plenitud es precisamente volver a conectarnos: asentarnos, de nuevo, en nuestro centro.

 

Pero, hay que estar precavidos, si no estamos conectados todo el tiempo, ha de haber un motivo. Y ese motivo es que ahí, en nuestro corazón, hay algo que nos asusta o que nos duele y que nos induce, una y otra vez, a desconectarnos, es decir, a olvidarnos de nosotros mismos.

Lo que nos da sensación de apertura es volver a conectarnos: asentarnos, de nuevo, en nuestro centro.

Eso es normal, prácticamente todo el mundo (y especialmente en Occidente) se ha alejado en mayor o menor medida de su corazón espiritual, de su centro verdadero y, al volver allí, nos encontraremos todo el trabajo que teníamos pendiente, en forma de “escombro” psíquico y de basura emocional que, llegado el momento, habrá que barrer y desalojar de la conciencia.

 

Por supuesto, la peor solución es la de resignarse a vivir desconectados, pues eso significaría no acabar de sentirnos plenos, sino llevar una vida a medias, una vida inauténtica, como en “grisalla”.

 

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Autoconocimiento. Un pequeño ejercicio para tomar conciencia

mirada puraSi quieres, puedes hacer ahora este pequeño ejercicio. Sólo te llevará un par de minutos.

 

Intenta recordar cómo te sentiste la primera vez que mentiste, la primera vez que te falsificaste o que traicionaste tu ética, la primera vez que hiciste algo de lo que luego te arrepentiste o la primera vez que intentaste escurrir el bulto culpando a otro. Intenta recordar cómo te sentías esas primeras veces en las que decidiste actuar mal conscientemente (aunque sea por algo que ahora, desde tu edad actual, te parece una tontería). Puede que fuera en la primera casa en la que viviste, con tus padres o hermanos, ¿recuerdas?

 

Ahora intenta pensar en alguna ocasión en que hayas actuado mal, pero esta vez en tu edad adulta , lo más cerca posible del momento presente. Procura que ambos recuerdos sean muy vívidos. Céntrate sobre todo en tus emociones de infancia.

 

Bien, ahora compara cómo te sentiste entonces y cómo te sientes ahora cuando actúas sabiendo que no lo haces bien . Probablemente descubras que las primeras veces lo pasaste fatal y que ahora, prácticamente no sientes nada. ¿Te das cuenta?

 

Y, ¿qué es lo que ha pasado? Por desagradable que sea decirlo, lo que ha pasado es que tu sensibilidad se ha embotado, de algún modo, has conseguido anestesiar tu conciencia moral.

Lo que ha pasado es que tu sensibilidad se ha embotado, de algún modo has conseguido anestesiar tu conciencia moral.

Digamos que te haces trampas en un vano intento de no darte cuenta, de no ver lo evidente, de esconder la basura debajo de la alfombra. Pero, en el fondo y aunque no se vea, sabes que está ahí.

 

Este ejercicio (casi me siento como si te hubiera echado una regañina y te pido perdón por ello) puede valer para tomar conciencia de lo lejos que vivimos de nuestra verdad más auténtica y de la cantidad de mecanismos de defensa que hemos construido para evitar sentirnos responsables.

 

Muchas personas están tan acostumbradas a la mentira (algunos puestos de trabajo casi la requieren como condición obligatoria) que ya se han convertido en una rutina. Pero, lógicamente, eso tiene un precio.

 

Para vivir desde la mentira hay que falsear la realidad, construyendo todo un montaje interno que mantenga la ficción. Y no es fácil maquillar las cosas para que parezcan distintas de lo que son. Poco a poco nos iremos montando una serie de andamiajes, más o menos precarios, que nos “alejen” de nuestro centro (porque permanecer en él duele, ya que nos hemos traicionado).

 

Así que para “acercarnos” habrá que ir desmantelando todo nuestro aparataje defensivo, hasta desnudarnos sinceramente frente a nosotros mismos. Sólo podremos disolver la mentira encarándola con sinceridad y coraje. Para ello te propongo que sigas profundizando en ti mismo realizando los siguientes ejercicios.

Práctica de carta al niño que fuimos (2/2)

niño interior, nino secreto, ejercicio de conexión con uno mismoSólo tienes que intentar ser sincero y auténtico. Escribe una primera carta de la extensión que desees, no te cortes en decir y en contar todo lo que quieras de todos los ámbitos de tu vida.

Sólo tienes que intentar ser sincero y auténtico.

Una vez que tengas esa primera carta recuerda que por la máquina sólo puede pasar un papel, así que cuando acabes la carta larga intenta sintetizarla en una sola cara. ¿Qué es lo esencial de lo que te has dicho? ¡No pierdas esta oportunidad de hablar contigo mismo!

Cuando hayas acabado, aparca la carta en algún sitio. Si la has escrito con el ordenador, mejor imprímela para tener un objeto físico y poder guardarlo. Deja que repose dos o tres días. Estáte atento a tus sueños de esos días y a tus sensaciones y sincronías. Luego vuelve a leerla. Aún tienes otra oportunidad de cambiar algo. ¿Has sido totalmente sincero? (recuerda que escribes sólo para ti y que engañarte no tiene sentido, sólo te hará perder tiempo y sufrir más). ¿Cambiarías algo de la carta? ¿Tienen relación algunos de tus sueños o vivencias de estos días con los contenidos de la carta? Si has sido sincero, es muy posible que así sea. A veces los sueños corrigen o amplían información.

 

En un segundo momento, al menos un par de días después de la revisión, haz el ejercicio inverso. ¿Qué te diría a ti, con tu edad actual, aquel niño que fuiste, si pudiera escribirte una sola carta?

 

Por supuesto, puedes jugar y adaptar este ejercicio como quieras. Ésta es sólo la forma que te propongo y como yo suelo realizarlo, pero a lo mejor tú quieres hacerlo como en una representación teatral o un psicodrama, interpretando ambos papeles; o puedes escribir un diálogo entre tu yo actual y tu yo niño, o, incluso interpretarlo (siempre que lo puedas grabar en audio o vídeo; para que luego puedas revisarlo), etc. En principio, recomiendo la sencillez y la espontaneidad (pero tal vez en ti lo espontáneo sea ser complejo), lo que importa son los contenidos y no la calidad o la originalidad del ejercicio.

Lo que importa son los contenidos y la sinceridad y no la calidad u originalidad del ejercicio.

Todos los elementos que te ayuden a meterte en el papel: recordar juegos, juguetes, personas, amigos de entonces, familiares o fotos, pueden ser útiles.

 

Éste es un ejercicio catártico muy fuerte. Si te da miedo o no te sientes preparado, mejor no lo hagas tú solo y realízalo con la ayuda de alguna persona cualificada o en la que confíes.

 

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Carta al niño que fuimos (2/4)

carta al niño interior. Niño secretoY así nos sentamos a escribir una carta al niño que fuimos. ¿Qué le diremos, en qué términos nos dirigiremos a él, qué sentimientos y qué reacciones nos provoca? ¿Hemos sido fieles a sus ideales o le hemos traicionado? ¿Nos sentimos culpables por no haber intentado cumplir nuestro sueños o, al contrario, estamos satisfechos con cómo hemos venido dirigiendo nuestra vida hasta el presente?, etc.

 

Es muy posible que tomemos conciencia de que, en algún momento, erramos el camino, es decir, de que en algún momento empezamos a alejarnos de nosotros mismos, a perdernos en la espesura. Si es así, sería muy conveniente profundizar en ese sentimiento, por muy doloroso que resulte. ¿Somos capaces de aislar el momento o los momentos en los que perdimos la autenticidad/inocencia? ¿Cómo paso? ¿Qué hicimos y por qué? ¿Cómo lo justificamos ante nosotros mismos? ¿Qué significa, para nosotros, ser auténtico o inocente?

¿Somos capaces de aislar el momento en que perdimos la inocencia?

Por supuesto puede ocurrir (lo que, evidentemente es muy excepcional en la clínica) que la práctica de este ejercicio nos deje reconfortados y revitalizados y que nos permita recuperar apaciblemente aquellas sensaciones de autenticidad y de viveza. Puede que incluso nos sintamos orgullosos de haber ido consiguiendo las metas que nos propusimos o de haber sabido renunciar a ellas maduramente. En estos casos aún solemos conservar una cierta sensación de sana inocencia que, en cierto grado, es esencial para una vida plena (ojo, inocencia, que no ingenuidad).

 

Por supuesto, una parte muy importante de la carta puede referirse a nuestra actual y pasada relación con los padres, lo que suele aportar claves importantes sobre nuestra manera de relacionarnos actualmente con otras personas de nuestra vida, especialmente con la pareja si la hay, los amigos íntimos y las figuras de autoridad.

 

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Cómo meditar. Práctica de la conexión con el corazón (3/3)

En el fondo, si consigues detener el juicio y la mente verbal, descubrirás vivencialmente que la gran mayoría de tus sentimientos (por no decir todos) no son buenos ni malos, sino que son sencillamente lo que son. “Bueno” o “malo” son etiquetas que tu mente les cuelga a posteriori, un instante después de que aparezcan, porque la mente tiene la ilusión de que categorizando y nombrando las cosas, es decir, metiéndolas en cajoncitos puede controlarlas.

 

Pero tus sentimientos no pueden guardarse ni disecarse. Durante la meditación procura no adulterar tus emociones poniéndoles palabras, es como meter una mariposa en un bote cerrado, si está mucho tiempo ahí acabarás por matarla. La mariposa tiene que volar y tus emociones profundas tienen que desplegarse. Ábreles espacio para ello, deja que ocurran sin oponerte.

 

Espera por lo menos un par de minutos simplemente sintiendo… sintiéndote… eso eres tú ahora, no hay otra cosa aquí más que tú… déjate pasar a través de ti mismo, no te juzgues, no te censures, sólo sé, vive, siente…

Hemos venido diciendo que eso que sientes, en el “centro”, eres tú mismo. Pero también podemos verlo justo al revés, desde una mirada un poco más impersonal. Eso que sientes en el centro mismo de tu alma no es más que La Vida, el Ser-siendo aquí y ahora, que se vive a través de ti, te recorre, te traspasa, y tú, lo único que tienes que hacer es intentar no estorbarle con tus pensamientos, con tus resistencias, con las pequeñas cosas de tu pequeño yo. Por un momento abre tu espacio interior a lo que sea que venga y deja que la vida se viva a sí misma a tu través. Si lo consigues plenamente será una experiencia maravillosa de la que saldrás completamente renovado, es como ser un cristal limpio a través del cual pasa la luz, pero es una luz refrescante y llena de vida.

Por un momento abre tu espacio interior a lo que sea que venga y deja que la vida se viva a sí misma a tu través.

Esta experiencia de la conexión puede entenderse en dos sentidos opuestos, de dentro a fuera o de fuera a dentro O, dicho de otro modo, según la miremos desde el polo del yo pequeño o desde el polo del yo grande. Es decir, podemos intentar “quitarnos de en medio” para dejar que aflore lo que hay o, al contrario, prestarnos plena atención a nosotros mismos hasta que el Yo grande lo ocupe todo. En el límite, las dos cosas son la misma ya que la paradoja sólo puede darse en la mente.

 

En el estado meditativo no hay contradicción, es más, desde ahí puede entenderse que no hay dentro ni fuera, que esas no son más que ideas, fronteras que pone nuestra mente para mantener la ilusión de que puede controlar algo (si no el afuera, al menos sí el adentro). Esa es la función de la mente, ya lo hemos dicho: separar, dividir, diseccionar, poner límites, trazar líneas y fronteras en la unidad irreductible y compleja de lo real. Pero existe un punto de unión donde el dentro y el fuera se desdibujan y pierden el sentido, donde confluyen. Y ese punto es paradójicamente lo único real, el núcleo de la vivencia que no es otra cosa que el “vivenciador” mismo. Podría entenderse metafóricamente como la cúspide, el punto de intersección exacto, donde se juntan los dos conos del adentro y el afuera, la interfase, es decir, el centro, el corazón, justo aquello con lo que queremos “conectar”.

 

Por supuesto este texto es el intento de describir con palabras algo que está más allá de la palabra. Sé que no puedo llegar ahí, pero al menos intento señalarlo, apuntar adonde está para que tú puedas ir allí a hacer tu propia experiencia. Puedo utilizar palabras como “soltar”, “dejar ser”, “no oponerse”, “no aferrarse”, etc. Pero, en el fondo, la vivencia (cualquier vivencia) no cabe en la palabra, es previa a ella, escapa al campo del lenguaje.

sólo se trata de respirar y de ser: dos cosas que, por suerte, nunca hemos dejado de hacer.

Pero al igual que soy plenamente consciente de que el estado de meditación no puede describirse también soy plenamente consciente de que mirado desde el punto de vista del Yo grande o del Absoluto es un estado que no puede perderse ni ganarse, que está siempre ahí, porque es el fondo de toda figura, la condición de posibilidad de toda experiencia. Ya lo decíamos antes, en realidad sólo se trata de respirar y de ser: dos cosas que, por suerte, nunca hemos dejado de hacer.

 

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Práctica de carta al niño que fuimos (1/2)

NIño interior. Niño secreto.Coge papel y lápiz o un ordenador, como te sea más cómodo.

 

Realiza el ejercicio de conexión con el centro. Respira hondo varias veces intentando no pensar en nada, simplemente siente cada una de tus respiraciones. Sitúa tu atención en el cuerpo y no en la mente, sobre todo en el pecho, a la altura del corazón. Déjate sentir lo que hay allí, lo que te salga, sin distorsionarlo ni juzgarlo; que tu mente no tape tu corazón. Esos sentimientos no son buenos ni malos, son lo que son, no los adulteres poniéndoles palabras. Deja pasar por lo menos un par de minutos dedicado sólo a sentirte a ti mismo.

 

Ahora intenta recordarte de pequeño, pero una vez más no lo hagas desde la mente sino desde el centro, desde el corazón, desde el sentimiento. Intenta sentirte tal y como te sentías entonces. Puedes utilizar cualquier recuerdo que te venga. ¿Qué personas hay a tu alrededor? ¿Dónde estás? ¿Qué sientes? ¿Qué quieres? ¿Cuál es la edad con la que te ves?

 

Probablemente esa edad, la que a ti te venga, sea aquélla con la que, por lo que sea, mejor te vendría entrar en contacto. Muchas veces he podido comprobar una sabiduría natural que nos guía justo a los momentos y los acontecimientos de nuestro pasado más relevantes o a aquéllos que aún están esperando solución. A veces sólo hay que tirar un poco del hilo para desatar el nudo. Así que si te viene algo, no intentes forzar las cosas, escúchate y atiende al mensaje que te estás dando a ti mismo, atiende a la sabiduría profunda de tu propio inconsciente. Si no te viene nada o no te ves en ninguna edad determinada, puedes verte con la que quieras, por ejemplo con 7 u 8 años.

Atiende al mensaje que te estás dando a ti mismo, atiende a la sabiduría de tu inconsciente.

Ahora imagina que tienes una máquina del tiempo por la que puedes hacer pasar sólo un papel. Al otro lado de la máquina estás tú mismo cuando tenías justo esa edad con la que te has visto. Intenta “meterte” en el ejercicio y creerte la situación al máximo. Otra persona puede ayudarte a ello (por ejemplo, leyéndote estas instrucciones). Ahora abre los ojos y empieza a escribirte una carta a ti mismo cuando tenías esa edad. Empieza con un “querido/a” seguido de tu nombre; y luego continúa como te salga, sin pensar demasiado ni pretender ser literario (ni tampoco lo contrario).

 

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Introducción a Materiales Psicológicos (2/2)

Otra manera de verlo: vivir es un ir conectando y encajando nuestras vivencias en una unidad armónica de sentido, como si estuviéramos construyendo un puzzle, sólo que improvisando, es decir, sin la imagen de referencia que viene en la caja.

 

O como colgando perchas, enganchando unas en otras para que se sostengan. Si la primera percha no está colocada sobre un perchero firme, toda la estructura se vendrá abajo. Y ese perchero no es otra cosa que nuestra propia autenticidad.

Por suerte es posible volver al centro, volver a vivir la vida desde el corazón, desde su núcleo real.

Para ello habrá que irse enfrentando a todo el material que fuimos dejando por el camino en esa «huida de nosotros mismos». Nos alejamos del centro porque dejamos “asuntos pendientes”, elementos sin procesar, sin madurar, a medio hacer.«Volver» pasa por ir haciendo madurar todas aquellas partes de nosotros mismos que no están bien procesadas, que son las que nos están lastrando, las que nos pesan en la conciencia.

 

Para ello, al menos para empezar a tomar conciencia del problema (si es que lo hay), propondré dos ejercicios y un “mini ejercicio”, por llamalros así. Los tres están muy relacionados y podríamos decir que son prácticas de autenticidad.

 

El primero es un intento de “reconectar” con lo más genuino que hay en nosotros (nuestro “corazón”) de una manera vivencial y sentida, a través de una propuesta similar a la meditación, tal y como yo la entiendo. Esta “conexión” será la base de todos los demás ejercicios, puesto que, idealmente, habrá que realizarlos siempre desde nuestro propio centro. Si quieres ir directamente a este ejercicio pulsa aquí.

 

El otro consiste en intentar recuperar sensaciones y vivencias perdidas de nuestra infancia escribiendo una carta a nuestro “niño interior”, que será un buen representante de nuestra inocencia. Si bien, como explico más adelante, este ejercicio puede realizarse de muchas otras maneras. Para acceder a él pulsa aquí.

 

Los complemento con un “ejercicio relámpago” con el que puedes darte cuenta de cómo se ha embotado (o no) tu conciencia moral.

 

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Meditación. Conectando con el Corazón (3/3)

Conexión con el corazónLo que tenemos que hacer, nos guste o no, es echarle valor y enfrentarnos a lo que encontremos. Puede que al principio parezca imposible, pero con un poco de práctica, de tiempo y, tal vez, de ayuda, nos iremos fortaleciendo lo suficiente como para procesar o metabolizar todo eso que se ha ido quedando acumulado ahí, obturando y obstaculizando nuestra conexión con nosotros mismos.

 

Podríamos decir que “eso que se ha quedado ahí” son vivencias o experiencias en crudo o a medio hacer, que no han sido adecuadamente masticadas; como un trozo de comida atragantado que no podemos ni expulsar ni digerir, y que, por tanto, nos duele a cada rato.

 

La forma de digerir un contenido psíquico es a través de la atención consciente, que es lo que perseguimos con este ejercicio: prestar atención a nuestro corazón. Podemos imaginar nuestra atención como un foco de luz que normalmente está dirigido fuera. Ahora intentaremos dirigirlo dentro, hasta alumbrar nuestro mismo centro. No debemos preocuparnos de si hay dolor o miedo, es normal que lo haya. Y observándolo acabará por disolverse como un azucarillo.

Entrando en contacto con nosotros mismos iremos derritiendo esos terrones de dolor.

Entrando en contacto con nosotros mismos iremos derritiendo esos terrones de dolor. De hecho el dolor o el miedo son como las sombras, no tienen una esencia propia, sino que son sólo la misma falta de claridad. Será la luz de nuestra conciencia quien, atenta y despierta, acabará con ellas, como una linterna acaba con la oscuridad.

 

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