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Si hay un órgano enfermo, aunque sea el cerebro, la enfermedad no es «mental» (aunque, como todo, tenga consecuencias mentales). Y sí no lo hay no podemos hablar de enfermedad… Gracias por leerme

¿Por qué lo que buscas NO ES AUTOESTIMA?

Nos pasamos el día hablando de la importancia de la autoestima. Pero, ¿y si estuviera sobrevalorada? ¿Y si se tratara simplemente de cultivar un sano amor por lo propio? ¿Y si mirada de frente, la autoestima pudiera volverse obstáculo en nuestro camino psicológico y espiritual? Estas y otras preguntas serán planteadas por Brenda Baluarte, al otro lado del charco.

#PsicologiayEspiritualidad #Autoestima #Amorpropio

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CÓMO SER SUFÍ Y MORIR EN EL INTENTO: https://youtu.be/GwNjZhe8eFI

¿QUÉ SON LAS ENFERMEDADES MENTALES? CON APELLIDO OBLIGATORIO:

LAS ENFERMEDADES MENTALES NO EXISTEN, CHARLA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID: https://youtu.be/LxKjKLWT-2c

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Rafa Millán (Madrid, 1976), es psicólogo (licenciado por la Universidad Autónoma de Madrid), filósofo (máster en la Universidad Complutense de Madrid), escritor (Cómo ser Sufí y morir en el intento, ed. Guante Blanco; Las enfermedades mentales no existen… Son los padres, ed. Manuscritos; Diario de un cocainómano, ed. Temas de Hoy), y colaborador habitual en prensa y medios desde 2001. Psicólogo clínico (con su propia consulta desde 2008). Practicante del sufismo desde 2007. Dirige talleres de psicología y encuentros y meditaciones sufíes. Ha sido ilusionista profesional. Creador del canal de YouTube “Psicología y Espiritualidad” junto a su mujer, la escritora Mardía Herrero. Es padre de 5 hijos.

¿Qué NO SON las enfermedades mentales? Mi charla en el Ateneo Cultural de Madrid

¿Que NO SON las enfermedades mentales? Mi intervención en el Ateneo Cultural de Madrid. ¡Muchas gracias a todos y espero que os guste! Pronto la fantástica intervención de Marta Herrero sobre Salud Espiritual. Suscribiros al canal para no perderlo, y si lo tenéis  a bien y queréis hacerme un gran favor darle a like en el vídeo. Bendiciones!

 

 

 

La MEJOR entrevista que me han hecho (hasta ahora). Y la más sincera.

David Área, uno de los cuerdos más locos que conozco (o, tal vez, debería decir lo contrario) y bloger de  funguscerebri.com  (entre otras muchas cosas);  tuvo la gentileza de entrevistarme después de leer mi libro. O, como veréis en la imagen de abajo, más que leer, David tortura los libros hasta que confiesan. Con su permiso y con mi gratitud copio aquí una de las entrevistas más interesantes que me han hecho, tanto desde una perspectiva intelectual como emocional, es decir, con cabeza y corazón. Como Dios Manda. ¡Gracias David y bendiciones!

Te dejo con la entrevista, que, por el feedback recibido, aunque parezca larga, se hace corta. Ahí va:

Llegué a la consulta de Rafa Millán por primera vez hace ya más de tres años en un momento de esos que he tenido más de una vez a lo largo de mi vida en los cuales no me soportaba a mi mismo. Estoy seguro que sabéis de que os hablo y si no es así, sois afortunados.

No os voy a engañar: el primer criterio en la búsqueda de un psicólogo que utilicé fue la cercanía a mi casa. Ya bastante coñazo es tener que ir a un psicólogo a que te diga cuatro verdades bien dichas (si eres afortunado, o veinte palmadas en la espalda a 60 euros si no lo eres) como para además, tener que recorrerte media ciudad. Pero la realidad es que durante el proceso, el tedio casi consigue que abandone la idea. Los mismos mensajes, las mismas promesas, la misma asepsia y vacío (en el mal sentido del término) en todas las clínicas y profesionales consultados. Hasta que me topo con una página web y un vídeo en Youtube. Un tipo con gran barba, vestido de forma un tanto atípica, en una consulta cuanto menos “oldie” (o vintage que está mas de moda) narra cómo procede con la terapia y en ese momento digo… “este tío es más raro que yo, seguro que me entiende”. Y sin saberlo, en este momento aprendo la primera lección: la intuición es muy poderosa. La segunda lección la aprendo en la última sesión: no es un tipo tan raro.

Lo que pasó después no tiene demasiada importancia, pero que un psicólogo te “recete” meditación, lectura y que te dé bendiciones al despedirse, da buena cuenta de cómo trabaja Rafa. Y de todo ello y de su forma de entender la psicología, habla en su último libro “Las enfermedades mentales no existen… Son los padres”. Un título provocador para un contenido que no lo es menos pero que no cae en el chiste fácil aunque no rehúsa (sino que además acude a él constantemente) el humor.

Tras leer, anotar y revisar el texto, aquí van unas preguntas/conversación con Rafa hablando sobre el libro y sobre aquello que se nos haya ocurrido en el transcurso de la misma (y si no tenéis suficiente, siempre podéis visitar su página web www.madridpsicologia.com o su canal de Youtube).

Muchas gracias, David, es un placer responder a tus preguntas. Espero estar a la altura. En la intro que me has leído (o envíado por email) dices que te parecí un tipo raro, aunque luego dices que no lo fui tanto. No sé cuál de los dos comentarios me gusta menos, jeje.

Ya que sacas el tema, déjame empezar a responderte antes de que me preguntes, ya que yo “no creo” en la normalidad. Si rascamos un poco, todos somos completamente “anormales”, o como digo en el libro, “de nuestro padre y de nuestra madre”. Para mí, conocer a una persona nueva, sobre todo en terapia (que es un ámbito privilegiado para llegar al corazón), es como aterrizar en un planeta extraterrestre, del que tengo que descubrir, entender y catalogar flora, fauna, habitantes, etc. Esa es mi misión. Soy un exobiólogo. Y esa fauna alienígena, por seguir con la metáfora, son los síntomas emocionales por los que vienen a verme: viejos conocidos con una evolución que he visto muchas veces, pero que funcionan de manera diferente en cada ecosistema.

Nadie es normal. Otra cosa es, como se dice en American Pshyco, que muchos se camuflen detrás de una “máscara de cordura” o, mejor, un antifaz de normalidad. Como un súper héroe cuyo poder es ser absolutamente normal. Hay muchos así. Ahora los llaman “normópatas”. A mí me apetece escribir un cómic sobre el tema. Se llamaría algo así como Pedro Pérez, el Increíble Hombre Normal. El normópata de mi historia, iría solucionando todos los problemas y situaciones que se le presentaran en la vida actuando con completa normalidad. Creo que quedaría mucho mejor que los de Marvel y DC juntos. La moraleja sería que el personaje (como les pasa a todos los normópatas o personalidad sobreadaptadas) se perdería toda su vida, ya que todo lo que nos ocurre, según se mire, es extraordinario. Y no merece la pena vivir de otra manera.

Lo que quiero señalar es que en una buena terapia, como en una buena vida, el antifaz de normópata, es lo primero que debería caer. Aunque, por supuesto, hay veces que no queda más remedio que mimetizarse y pasar por normal (aunque yo intento hacerlo lo menos posible), pero, tienes que ser consciente de que es un disfraz de quita y pon.

Conocí a una chica torturada en una terrorífica relación de pareja con un psicópata normópata o “normopsicópata”. Él ahogaba (yo creo que inconscientemente y por miedo) toda la creatividad y la originalidad de ella. Era una especie de obseso de la normalidad (y, por supuesto, un controlador puro). Y ella, por una mala concepción del amor (heredada de su madre), soñaba (literalmente) con adaptarse a él. Es decir, con ser la perfecta chica normal (que era lo que el chico le exigía).

En los primeros días de terapia me relató este sueño: mi novio se quita su propio rostro y me lo pone a mí. Al principio era como un juego, algo casi divertido, pero luego me doy cuenta de que su piel se está confundiendo con la mía y que si ahora me la quiero quitar arrancaré también mi propia cara. Intento arrancármela, como tirando de un velcro que tengo en la mejilla y lo que descubro debajo de la careta de mi novio es una especie de armazón con gomaespuma muy desagradable. Justo entonces me despierto asustada.

¡Tremendo! Para que luego digan que los sueños no significan nada. Otra cosa es que no se sepa interpretarlos, que hoy en día, por desgracia, es lo habitual, incluso (y, sobre todo) entre psicólogos.

Lo que quiero decir es que hay que tener mucho cuidado de no confundir la “personalidad” (la “careta”) con lo que de verdad somos, nuestra esencia, nuestro corazón o, incluso si quieres (y por sonar un poco psicológicamente incorrecto) nuestra alma.

Vaya, veo que te he respondido un montón y ni siquiera me has hecho la primera pregunta. Intentaré ser más conciso. Pero no prometo nada.

 

En mi primera sesión en tu consulta me recomendaste leer “El poder del ahora” y recuerdo que en la segunda te dije que tenía demasiado tufillo espiritual. Cambiaste de polo y me sugeriste “El arte de no amargarse la vida” y para mi sorpresa (ya que así de primeras parecía un texto más adecuado a mi personalidad) me pareció una auténtica aberración y valoré más los “consejos” del primer libro. ¿Esto es terapia de choque? ¿Quién es mejor psicólogo Tolle o Santandreu?.

De hecho, te agradezco infinito esa expresión que aplicaste al libro de Tolle. Desde entonces, siempre que lo recomiendo nunca olvido decir, es un libro interesante aunque puede tener un tufillo espiritual o nueva era. Un hallazgo tuyo, David.

Eso sí, con esa pregunta me haces quedar fatal. Porque va a parecer que solo recomiendo súper ventas (y eso que no hablas de cuanto te recomendé el Código DaVinci [¡léase con sarcasmo, por favor!]). Por eso he tenido que escribir mi propio libro, así puedo recomendar un autor con el que estoy de acuerdo al 100% (aunque a veces me pelee con él… tal vez porque le conozco demasiado bien).

Bueno, ahora permíteme sacudirme mi narcisismo y volver a tu pregunta.

Santandreu es considerado como un psicólogo cognitivo conductual puro (en mis libro los llamo co-co o cocos), sin embargo, si le sigues un poco, descubrirás que dice un montón de cosas interesantes. Pero son aquellas en las que va más allá del corsé de escuela para abrirse a autores filosóficos e incluso espirituales. Si citar a Marco Aurelio o hacer una reflexión sobre el sentido de la vida y de la muerte es “ciencia empírica” (como se empeñan en llamar a la psicología coco) en vez de filosofía, que paren el mundo que yo me bajo. Y tú conmigo, quieras o no.

Otra cosa es que los cognitivos-conductuales o cocos, con la mejor (o no) de las intenciones, quieran ir de “científicos de bata blanca”, que mola un montón y vende mucho.

Pero es imposible. Para empezar por su propio objeto de estudio, que no es un objeto sino un sujeto (aunque les escueza esta palabra que sólo puede definirse desde ámbitos filosóficos). Al final, más mal que bien, es inevitable que se les acaban colando de contrabando, como incómodos polizones, todo tipo de contenidos filosóficos e incluso espirituales. Aunque llamen reestructuración cognitiva a la mayeútica socrática o terapia cognitiva basada en mindfullnes a la meditación de toda la vida.

Yo soy de esos locos que creen que la psicología no es ni nunca podrá ser solo una “ciencia especializada” (como se entiende en los limitados ámbitos epistémicos de las ciencias sociales), sino que es un saber filosófico y generalista. Un saber sobre el “Todo” de lo que somos y no sobre las “partes” que nos componen (como en medicina). Por eso, cuando atravesamos turbulencias emocionales, no es un problema parcial sino total, no nos duele una parte de nosotros: nuestro bazo, nuestro inconsciente o nuestro cerebro, sino que nos duele todo y el Todo de lo que somos.

La “psique humana” no se puede envasar al vacío de un modelo teórico, sea el que sea, sino que la realidad desborda la teoría por todas partes. Por eso hay tantas escuelas de psicología (¡más de 3000!) y nunca se acaban de poner de acuerdo. Y peor si, como los cocos, quieren ser una ciencia empírica (con toda la violencia que eso ejerce sobre cualquier otro enfoque calificado de “no científico”). Lo siento, señores, pero sin una mirada filosófica no podremos ni empezar a definir que sea el ser humano sin matarlo primero.

Si la psicología es “la ciencia de la conducta observable” como incansablemente repetían mis profes de la facultad (aunque me parece que esto está empezando a cambiar), entonces somos etólogos humanos, veterinarios humanos. O si el cerebro directamente es lo mismo que la mente (como ahora se cree, confundiendo los planos lógicos por falta de reflexión y de experiencia filosófica e, incluso, espiritual) seremos biólogos, neurólogos o cerebrólogos, pero nunca psicólogos.

La psicololgía, precisamente empieza donde acaban “el cerebro” y la conducta observable (que son objetos de otras ciencias que sí pueden, y deben, ser empíricas).

Claro que si haces la trampa de definir el pensamiento y los sentimientos como “conducta”, pues se te ve el truco. Y eso es, de nuevo, quedarse en lo más superficial de lo humano. Y, por lo tanto, matarnos en cuanto humanos y cortarnos en rodajas ideológicas cómodamente envasadas para su estudio (que es la especialidad de la psicología académica y de su complejo de inferioridad epistemológico; siempre comparándose con las “ciencias de verdad”).

Justo esto de aquí arriba es lo que opino respecto a la comparativa entre Tolle y Santandreu. Es decir, por una vez voy a tener el buen juicio de guardarme mi opinión. Mi yihad es contra mí mismo y mis propios prejuicios teóricos, contra los que siempre estoy alerta. Puedo criticar escuelas y corrientes de pensamiento. Pero nunca personas concretas que pueden estar equivocadas y cambiar de opinión (empezando por mí mismo).

En tu libro hablas de “un agujero de sentido en el tejido de la realidad”. ¿Qué queda de realidad en la sociedad actual? ¿Cómo se llena ese agujero en un momento donde estamos “obesos” de cosas que deberían dar sentido a nuestra existencia?

Buena pregunta. Espero que la respuesta no se quede corta, jeje.

Como digo en el libro, la principal “enfermedad mental” del mundo actual es el TDR o Trastorno por Déficit de Realidad. De alguna manera, todas las demás supuestas “enfermedades mentales” son síntomas de esa. O, por decirlo con lenguaje médico, secundarias a esa enfermedad. Y, claro que es una broma, como la mayoría de los ridículos diagnósticos (más de 300) que hay en los manuales de Psiquiatría. Pero al menos yo lo reconozco.

Por supuesto, hay que aclarar que las “enfermedades mentales” no existen siempre que no haya una base orgánica clara. Si la hay, si tengo un órgano enfermo (aunque sea el cerebro) claro que tengo una enfermedad biológica, pero sin apellidos, no será “mental” sino simplemente, una enfermedad orgánica que, como todo en este valle de lágrimas tendrá (terribles) consecuencias mentales.

Llegados a este punto, no me importa reconocer que soy el último de la clase, ya que después de estudiar el problema por una década, aún no sé qué es eso de la mente. Es una de esas cosas que no puede definirse si no se hace desde un contexto histórico, social y filosófico. Según la escuela que elijamos, el contexto y el enfoque desde el que hablemos, será una cosa o lo contrario o ni si quiera existirá. Así que hablar de “enfermedad mental” como algo evidente (que es lo que suele hacerse en las ciencias sociales de hoy) no me entra por ningún lado. Es un término tan ambiguo, ambivalente y engañoso que despista más que aclara. Lo mejor sería tirarlo a la basura. Esa es mi propuesta.

Es más, es curiosa la paradoja de que los mismos que identifican el cerebro con la mente hablen de “enfermedades mentales”, como si supieran de lo que están hablando; porque, en realidad, en la mayoría de ellas el cerebro no está afectado, no se encuentran las supuestas bases biológicas. En cualquier caso, si el cerebro ES la mente, serían enfermedades orgánicas corrientes. Si no, que me expliquen qué diablos es una “enfermedad mental”. ¿Qué es “la mente”? ¿Qué órganos tiene? ¿Cómo se conectan entre sí? ¿Cómo ser relaciona con “el cerebro”? ¿Cómo es su funcionamiento “sano”? ¿Qué tipo de enfermedades afectan a “la mente”, infeccionas, traumatismos, víricas…? Uf, mejor no sigo.

Aclarado esto, volvamos a la pregunta. Efectivamente estamos enfermos, muy enfermos. ¿De qué? De TDR o Trastorno por Déficit de Realidad. Que como hacen tantos psiquiatras americanos es un trastorno que yo me invento porque me viene bien. ¡Viva la ciencia!

No sé si te habrás dado cuenta (creo que sí) de que hoy en día todo parece pero nada es. Detrás de los partidos políticos no hay ideologías verdaderas, sino intereses de poder. E incluso en aquellos (que los hay) bienintencionados (y, aunque algunos me salten a la yugular los hay, aunque pocos, en todos los partidos) el inconsciente siempre está ahí, sesgando la realidad y jugando su juego.

Luego hay gabinetes de márquetin que edulcoran y maquillan la realidad (política, social, económica, etc.). Es decir, la falsean. Detrás de los medios de información solo hay líneas editoriales que confirmen lo que yo ya pienso. Pocos se preocupan realmente por encontrar la Realidad (con mayúscula) o la Verdad, empezando por cuestionarse a sí mismos y su sistema de creencias. Casi nadie lee para poner en duda lo que cree sino para confirmar lo que ya sabe.

Detrás de las iglesias tampoco suele haber religión verdadera, no es lo mismo estar en Dios que en “las cosas de Dios”. Y luego estamos indigestos de anuncios y de guiones imposibles que consumimos varias horas cada día. Comida basura para el alma. Tengo pacientes que sueñan con un príncipe azul de película cutre de antena 3 y, si no les llega montado en su corcel (y no les va a llegar) se deprimen y la vida no tiene sentido. Apaga y vámonos.

Psicológicamente hablando, el moderno occidente con sus luces y oropeles, parece un paraíso pero es un infierno de insatisfacción crónica. Nos han escamoteado la Realidad (dejando todo lo demás, por decirlo así) y sólo ahora empezamos a darnos cuenta. Es como una persona que estuviera comiendo las fotografías del menú, en lugar de la comida de verdad, porque las fotos son mucho más perfectas e ideales. Y justo cuando cree que está a punto de empacharse se muriera de pura hambre.

Por desgracia, no me valen unos pocos párrafos para explicar esto más a fondo. Y en cierto sentido hay que haberlo experimentado. Como el pez tiene que salir del mar para darse cuenta de que siempre ha vivido en el océano. Hay que vivir, o al menos conocer de primera mano, otras culturas para ver la sombra de la nuestra. A mí me ha interesado mucho la zona turcochipriota (que es un país que no existe, ya que no está reconocido por la ONU ni por ningún otro país excepto Turquía). Allí hay un maestro sufí que me ha enamorado. Porque, como psicólogo, he observado un verdadero milagro. Nunca he encontrado personas más llenas y más felices que las que viven en su entorno. Y apenas tienen posesiones materiales. Dicen que cuando este maestro falleció (o como dicen los sufíes, “se veló de este mundo”) no tenía nada material, ni dinero, ni cuenta corriente…

El truco turco-chipriota: vivir la Realidad y no la virtualidad, no ver la tele y pasar el tiempo unos con otros. Y sus mujeres (es una zona musulmana), al contrario del estereotipo que se nos vende, son las más fuertes y empoderadas que he conocido nunca. Y sin haber oído hablar del feminismo. No me importa reconocer (y esto no es una broma) que eran tan poderosas y en tantos sentidos que a mí (como a todos los occidentales que vamos) me daban auténtico miedo.

Jugando con el platonismo… ¿son los filósofos los que deben ejercer la psicología? Ya hemos comprobado que en la política no les va muy bien…

Bueno, habría que ver qué es un filósofo y cómo lo entendía Platón. Desde luego, yo te diré lo que no es un filósofo en absoluto: alguien que ha estudiado una cutre carrerita de 4 años sobre historia de las ideas y que acaba casándose con una escuela de moda porque le asusta pensar por sí mismo. Me quedo con lo que dijo Jesús Lizano, el último anarquista, al que parafraseo algo que le escuché decir una vez: “cuando dejé la carrera de Filosofía me di cuenta de que había tomado una decisión propia y que, por lo tanto, estaba pensando por primera vez desde mí mismo y no desde un sistema impuesto desde fuera, luego, por primera vez en mi vida era filósofo, precisamente por dejar la carrera de Filosofía”.

Un filósofo de verdad y en sentido fuerte debería ser aquel que se enfrenta, antes que nada, a sí mismo y al dragón de su ego. Que es algo que ahora no hace casi nadie y menos los filósofos de salón que están atrapados en su propio discurso mental sin sospechar, muchas veces, los otros modos de conocer más auténticos que hay en el ser humano y que son los únicos que nos valen para llegar a una experiencia de la verdad. Esos en realidad, aunque hayan leído bibliotecas enteras, son menos filósofos que un analfabeto que tenga contacto con su propio corazón. Es más, en cierto sentido, todas esas capas de herrumbre intelectualoide pueden (y suelen) oscurecer la sabiduría verdadera.

Y tengo claro que en todos los momentos en los que la filosofía ha sido más interesante, ha ido por estos derroteros. Toda la línea de la “asesoría filosófica”, que ahora es muy cool, va por ahí. No es un saber libresco sino transformador y si no, no es más que letra muerta, los huesos de los filósofos del pasado reciclados como un siniestro Frankestein (extraña metáfora que no es mía sino de Luis Cencillo).

Esos filósofos son también psicólogos, porque lo que estoy intentando decir (tal vez, liándome un poco) es que para ser filósofo de verdad primero (o, a la vez) hay que ser psicólogo, es decir, aprender a bucear y conocer la propia interioridad y la propia alma. Y sin eso, no hay nada, aunque me pase 20 horas leyendo mamotretos infumables con el “noble” objetivo de escaparme de mí mismo y de mi propia e incómoda verdad interior. Verdad que mantengo ahogada pero no el alcohol sino en narcisismo intelectual que se sube aún más a la cabeza.

Sin embargo, hay esperanza. La Verdad es irreductible y siempre vuelve, aunque sea disfrazada.

“Un psicólogo … (debería ser) … el que abre su corazón, de tú a tú, y se expone a pecho descubierto, a la subjetividad del otro”. ¿De verdad esto es posible? Hay un gran número de personas que son incapaces de hacer esto con sus seres queridos (entre las cuales, me puedo incluir…), como para hacerlo con extraños.

Nunca he dicho que sea fácil. Pero es el objetivo. Detesto profundamente la “asepsia sanitaria” que persiguen algunos psicólogos. Para mí, es justo lo contrario, yo quiero ayudarte a sacar la basura, aunque tenga que pringarme hasta las cachas. Me parece la única manera sincera de entender mi trabajo. Yo no trabajo con “inconscientes” o “conductas” o “sentido”, como los psicólogos de “escuela” (y soy consciente de estar caricaturizando un poco). Yo trabajo con personas humanas reales y completas, por lo que yo también me movilizo con ellas y me pongo en juego entero y verdadero. ¿Qué otra manera hay si no de trabajar con el sufrimiento humano desde una mínima ética? Como digo en el libro, los psicólogos no somos “técnicos”, sino que operamos a corazón abierto. Y, como mínimo, por el principio de reciprocidad, yo también tengo que intentar abrir mi corazón.

Como digo a algunos en mi consulta, en principio, es mejor un corazón abierto, aunque a veces duela, que uno siempre cerrado. Porque ese duele todo el rato.

¿Qué opinas de las terapias psicológicas alternativas? Y con alternativas no me refiero a las llamadas pseudo-ciencias, sino a aquellas de base antropológica, filosófica o directamente a aquellas que a pesar de estar ampliamente estudiadas y comprobadas, no son aceptadas por la academia. El psicoanálisis (que apenas tiene cabida en la carrera de psicología), la terapia Gestalt, el análisis transaccional… ¿Son más valiosos que cualquier disciplina universitaria actual?

Este es justo el problema. Crecen las escuelas de psicología como hongos. Y no porque todas estén equivocadas (menos la mía), sino porque, en general, todas (las mínimamente serias) suelen estar en lo cierto, por paradójico que suene. El ser humano es la más compleja realidad conocida y puede abordarse desde infinitas miradas, niveles, dimensiones y perspectivas válidas. Incluso alguna de ellas en aparente contradicción.

Cada escuela, por decirlo así, genera su propio ámbito de legitimidad (siempre que no excluya a las demás [que es lo más ilegítimo que hay]) con sus propias declinaciones y derivas. Por eso, la psicología no es ni nunca será una “ciencia empírica” o un saber parcial y limitante. Sino que tiene que hacer el increíble esfuerzo de integrar las diferentes escuelas en un todo coherente y armónico (no ecléctico). Y eso es un trabajo claramente filosófico, que desborda por doquier una pretendida (y ridícula) psicología científica.

Como decía Luis Cencillo, la mayoría de las escuelas (serias) aciertan en lo que dicen pero fallan en lo que no dicen. Es decir, en su exclusividad, en negar a las demás el derecho de existir y de entender al ser humano desde su propia perspectiva válida.

A mí, la imagen que me dan los psicólogos más o menos académicos es la de un enorme gallinero en el que cada gallina cacarea su ortodoxia, sorda a todas las aportaciones de las demás. Por suerte, cuando salen de las trincheras teóricas y bajan a tocar carne humana, ocurre algo maravilloso, empiezan a entenderse, aunque sea desde lenguajes diferentes. Porque, al final, hay psicólogos malos y buenos en todas las escuelas, y los que de verdad “curan” (aunque odio esa palabra) no hacen en la práctica algo tan distinto aunque en la teoría se llamen a sí mismos conductistas, psicoanalístcas, humanistas, etc. Y, todos los psicólogos con años de práctica que conozco, los que de verdad se han abierto a aprender en la terapia se consideran integrativos o integrales (aunque en las facultades ni lo huelen, por lo menos en mi época).

Ahora déjame hacerte un apunte terrible: la clave para ser buen terapeuta, más que la formación teórica (esencial al menos en las tres o cuatro escuelas principales: psicodinámica, humanista y transpersonal…), es el desarrollo y el crecimiento personal de cada uno, lo que hace que haya pocos psicólogos que de verdad puedan ayudar a otros. Ya que como dijo Jung y es una evidencia (aunque muchos no la vean) nadie puede llevar a otro más lejos de lo que él mismo haya llegado ya.

Obvio, ¿verdad?

Lo que pasa a día de hoy en las facultades públicas españolas es directamente de risa. Dentro de unos años (o décadas) cuando se eche la vista atrás y se lean los planes de estudio de finales del S.XX y principios del XXI, resultará algo incomprensible. No he conocido un erial del pensamiento como ese. Para mí, que venía de Filosofía, fue una tortura de dimensiones metafísicas. O, si lo prefieres, una metatortura.

El único profe realmente bueno que tuve era Carmelo Monedero, que tenía tres doctorados en Medicina, Filosofia y Psicología. Es decir, que tenía un currículum que daba mil vueltas al de todos los demás profes juntos. Naturalmente, era aún más crítico que yo. Y había generado su propia escuela fenomenológica de Psicología, mucho más seria que la “coco” dominante. Pero cuando me fui, él se jubiló (a veces me parece, y valga el egocentrismo que él fue mi último profesor y yo su último alumno). También se fue Gutiérrez Terrazas, que era el único que daba un seminario (ni si quiera una mísera asignatura) sobre Psicoanálisis.

La última noticia que tengo es que ahora solo se estudia psicología cognitivo-conductual. Y el conductuismo puede resumirse en dos folios (con dibujos y a doble espacio) y la psicología cognitiva no sabe ni definirse a sí misma.

Así que sí, un desastre absoluto.

 

Hace unos meses estuve acudiendo a clases de Shiatsu, un tipo de masaje japonés con raíces en la medicina tradicional china. En el marco de esta medicina, el cerebro no sólo no tiene un papel fundamental sino que es un elemento más del sistema nervioso que cumple su función pero que en ningún caso tiene mayor importancia en los problemas psicológicos, no más que el hígado (e incluso trastornos en este pueden tener mayor repercusión mental). Y por otro lado, no existe una psicología individual dentro de este marco, todo se engloba en la totalidad del entorno. No pongo en un altar este marco de trabajo pero… ¿crees que deberíamos importar algo de los chinos a occidente? A parte de los productos de todo a cien.

Jajaja. Buena pregunta. Yo añadiría que la buena cocina china también es importable, no esa quimera barata con glutamato que nos hacen pasar por comida.

Para mí es evidente, como decíamos antes, que cuando se trata de lo humano no podemos privilegiar una persepctiva como la única buena. Ni siquiera la más biologicista aunque, por supuesto, tiene su peso. Perdóname por la siquiente frase: el ser humano es la resultante de una infinidad cantidad de planos y de dimensiones y todo ello en un contexto dinámico y dialéctico. No se puede simplificar sin asesinarlo primero. De hecho, lo más importante, en ciencias humanas no es una precisión matemática, sino no dejarse ninguna de las dimensiones relevantes fuera del modelo, ya que aunque no lo tenga en cuenta, tendrá efectos reales -eso es lo “real”, lo que tiene efecto aunque yo no quiera- que se vivirán como descontrolados en el sistema. Mi tesis es que gran parte de lo que denominanos “enfermedad mental” es eso, aspectos y dimensiones normales de lo humano que no hemos contemplado en nuestro modelo antropológico, la rasgadura del tejido (de la que hablamos antes); algo que no debería estar ahí, pero sin embargo está. Y vaya que sí.

En el libro lo explico mejor, pero sería como no tener en cuenta una dimensión antropológica, por ejemplo, que el ser humano tiene que comer cada día. Y entonces los efectos del hambre tendríamos que explicarlos en otro lenguaje; por lo que acabaría pensando que existe una extraña enfermedad que se empieza a manifestar con una sensación de vacío en la tripa y que acaba con la muerte.

Pero no es “doloritis tripalis mortal” una enfermedad o un indicador de que algo funciona mal en mi sistema, es decir no es una enfermedad aunque duela. Sino que, precisamente, lo sano es que duela, y si me paso tres días sin comer y no me duele, entonces sí que estaré enfermo.

Con el sufrimiento emocional pasa lo mismo, la mayoría de las veces, si uno tiene una visión amplia del ser humano (y hoy en día muchos psicólogos no la tienen) no entenderé lo que les pasa y creeré que la personas están enfermas. Pero lo que de verdad está enfermo es mi famélico modelo teórico.

Otra cosa, insisto en ello, es que una persona tenga un problema en un órgano del cuerpo, lo que sí sería propiamente hablando una enfermedad, pero entonces sería una enfermedad orgánica normal y corriente, con una causa o una etiología concreta y conocida, aunque ese órgano enfermo sea el cerebro y como todo en la vida tenga consecuencias mentales. Pero entonces, ya no sería una enfermedad “mental” (tal cosa no existe) sino cerebral.

“Un psicólogo … (debería ser) … el que abre su corazón, de tú a tú, y se expone a pecho descubierto, a la subjetividad del otro”. ¿De verdad esto es posible? Hay un gran número de personas que son incapaces de hacer esto con sus seres queridos como para hacerlo con extraños.

Sí, aunque me lo preguntes dos veces, la respuesta es la misma. Pero ahora se me ocurre añadir que a veces es más fácil con extraños y por eso es necesaria la figura del terapeuta, porque él no es juez y parte de mi vida, sino todo lo contrario; un buen psicólogo, en principio, no debería juzgar ni formar parte de la vida del paciente. No olvidemos que, muchas veces, nos cerramos más con los que más queremos y más nos quieren. La agresión de una persona a la que amo duele infinitamente más que la de un amable desconocido.

Criticas en el libro que algunos padres dejan de ser cualquier otra cosa para ser padres provocando el vacío del que hablábamos antes. Resulta que hace unos meses a una periodista se le ocurrió decir que tener hijos resta calidad de vida, que no es todo tan bonito como lo pintan y que eso de que ser madre lo compensa todo, es un cuento chino. Todo el mundo se le echó encima e incluso alguno se atrevía a pedir que le quitaran la custodia de los niños (aclarar que esta mujer llevaba cuatro años tratando de quedarse embarazada y los ha tenido por medio de un tratamiento de fertilidad). Tuve varias discusiones con diversas personas al respecto, ya que yo quise hacer una lectura de sus palabras determinada: hay un discurso popular de que tus hijos deben de serlo todo y pasar a ser el centro de tu vida que está muy lejos de las necesidades reales de cualquier persona. La respuesta mayoritaria fue: “no tienes ni puta idea porque no eres padre”.

Bueno, yo soy padre de cuatro hijos y aumentando…; así que supongo que siguiendo esa argumentación tengo un montón de puta idea de lo que es ser padre. ¡Muy atento a lo que te diga!

Ser padre es la cosa más fuerte que puede pasarte en esta vida. Por eso es tan delicado. Porque, independientemente del debate sobre si ser padres es una bendición o una maldición (puede ser las dos cosas, aunque espero que sea más lo primero), es muy fácil que uno se enamore del rol de padre, debido a que es algo que da un sentido muy fuerte a tu vida. Y, ese es uno de los grandes males (si no el peor) de nuestro tiempo. Que, al contrario de lo que pudiera haber parecido desde una teoría “progre” ingenua, con el paso del tiempo y la tecnología, nuestra vida tiene cada vez menos sentido. Y nos agarramos desesperadamente y como un clavo ardiendo a cualquier cosa que pueda llenar ese vacío (que comentamos una preguntas más arriba). Como casi nadie tiene vocaciones fuertes, quien quiere dedicar su vida a un fin más o menos épico (única forma de vivir la vida humana sin hastiarse), agarra el rol de padre o madre que es lo más parecido que hay.

Pero eso pone una carga tremenda sobre los hombros de los hijos, ya que la plenitud y la realización del padre depende de que siga siendo padre y, por tanto, de que los hijos sigan siendo hijos. Por eso muchos padres, inconscientemente y con la mejor de las intenciones, infantilizan a su progenie. Y no digo que sea culpa de los padres. Al contrario, la mayoría hacen lo mejor que pueden, solo que ellos mismos también están infantilizados o con carencias emocionales fuertes (sobre todo, como decía antes, la falta de sentido).

Aunque las predicciones son imposibles por la cantidad de factores intervinientes, es posible que los hijos de esta periodista acaben menos neuróticos que los de unos padres “amantísimos” y sobreprotectores. Aunque, por supuesto, todo es cuestión de equilibrio, tan malo es irse a un extremo como al otro. Pero, por el motivo que sea, en mi consulta, empíricamente hablando, veo más casos de personas que han tenido unos padres “perfectos” que todo lo contrario. Aunque ambos, por más o por menos, acaben en terapia.

Eres partidario de la legalización de las drogas y alegas que lo que crea adicción es la prohibición y no la sustancia. Es un tema al que le doy vueltas constantemente y a la luz del consumo de alcohol, tabaco y otras drogas legales que se da en España, me cuesta aceptar que la legalización sea la solución. ¿No habrá que añadir algún ingrediente más a la receta? Creo que no estamos preparados para ello. Muchos apelan a los efectos terapéuticos de la marihuana para apoyar la legalización, cuando realmente lo que quieren es colocarse sin más.

Espera, espera. Dame un respiro. Lo primero es que a mí me parece que lo que ocurre con el alcohol es una locura de proporciones cósmicas. No sólo por el hecho de que haya tantísima gente emborrachándose y perdiendo el tiempo todos los fines de semana, ¡sino que encima se ve como la cosa más normal! En mi experiencia en consulta, las drogas que más daño hacen son el alcohol y las legales (sobre todo somníferos y tranquilizantes), seguidas de la coca y del porro.

Y claro que no estamos preparados (a nivel social) para la legalización de ninguna droga. Precisamente sostengo en mi libro que hoy en día hay muchas más personalidades infantiles y adolescentes que antes, que son, además, las que más se sienten atraídas por este tipo de sustancias.

Lo que no quita para que, por otro lado no nos demos cuenta de que “la guerra contra las drogas” se ha perdido, y se consume más droga que nunca (incluso que cuando era legal).

El problema es la enorme hipocresía que hay de fondo. Y es que a día de hoy, cualquiera, cuando quiera, y como quiera, puede conseguir casi cualquier droga. Esa es la paradoja. Si de verdad fuera posible retirar del mercado (legal o ilegal) todas las drogas, tal vez me lo pensaría. Pero lo que es ridículo es que puedan comprarse exactamente igual (e incluso con más facilidad que drogas legales en muchos casos), pero que ese dinero en lugar de a impuestos (escuelas, hospitales, etc.) vaya a parar a mafias organizadas (torturas, asesinatos, etc.). Llámame hippie, pero sinceramente, preferiría que el dinero que igualmente, sí o sí, va a gastarse en drogas, acabara en las arcas del estado, y no en las alforjas del camello. Yo soy así.

Además, estoy seguro de que hay una relación directa entre la prohibición y el consumo compulsivo. En la rusia zarista, se hizo el experimento de prohibir el café y había auténticos yoquis de café que morían por sobredosis. Bebían termos enteros cuando tenían la posibilidad de acceder a la sustancia prohibida, porque a lo mejor no iban a poder tomar más.

Lo que sí es un hecho objetivo es que la “guerra contra las drogas” (y entre bandas y mafias) ha causado infinitamente más muertos que la propia sustancia, del orden de uno a un millón o más. E incluso ese muerto por la droga, en muchos casos, es por la adulteración y los absurdos patrones de consumo que genera la propia prohibición.

De todas formas, aunque en el libro exprese mi opinión, no es un tema central. Y perfectamente puedo estar equivocado. No me importa admitirlo. De lo que sí estoy seguro es de que la familia de los enteógenos deberían ser legales, ya que no son “drogas” en el sentido tradicional, sino las únicas y auténticas medicinas para el alma que conozco, es decir, los verdaderos psicofármacos (te remito a un largo artículo que publiqué aquí sobre el tema).

LINK: http://www.infocannabis.org/psicofarmacos-de-la-verdad-adelanto-en-exclusiva-del-nuevo-libro-de-rafa-millan/

Los enteógenos, por mucho que sorprenda al que los desconozca, no generan adicción (de hecho son experiencias psicológicas tan fuertes que más bien nadie quiere repetir). Y es maś, se usan con gran éxito para tratar otras adicciones, como en el centro pionero Takiwasi que usan ayahuasca (junto a misas y psicoterapia) para tratar la adicción.

Tampoco quiero dejar de mencionar los ya clásicos estudios de Johan Hary (búscales en youtube, hay muy buenos vídeos) en los que se ve, de una manera casi incontestable, que el problema no son las sustancias en sí mismas, si no el contexto de aislamiento social y de falta de sentido en el que los sujetos las consumen. Y que si se puede cambiar ese contexto (incluso en ratas) dejan de consumirlas. Y, una vez más, se da la contradicción de que la lucha contra las drogas ha sido la que ha generado, en buena medida, esos mismos contextos de exclusión.

Muy fuerte.

Del mismo modo, hablas del uso de drogas de invasión (ayahuasca, enteógenos) como una vía terapéutica. En los últimos tiempos he visto muchos grupos un tanto “new age” que ofrecen retiros de este tipo y que me producen cierto desasosiego. Me parece que juegan a ser chamanes del siglo XXI y que la cosa es mucho más seria que todo eso.

Totalmente de acuerdo. Como recordarás dedico un capítulo en mi libro a hablar de chamanes de verdad y de neo-chamanitos chachi-guays. Para mí son el opuesto dialéctico. No es lo mismo ser indio que hacer el indio.

Presentación libros Viernes 1 Junio 2018 en La Feria del Libro de Madrid. Marta Herrero y Rafa Millán

¡Un sueño cumplido! ¡Qué bien! Esté viernes estaremos, si todo va bien, en La Feria del Libro de Madrid (librería DIWAN, caseta 61) firmando libros Marta Herrero y yo, Rafa Millán. ¿Todos Bienvenidos! Y gracias por compartir!

 

Libro de Marta Herrero: «39 Semanas y Media. Un embarazo Sufí»

Libro de Rafa Millán: «Las Enfermedades Mentales No Existen, Son Los Padres»

 

Presentaciones y más información en nuestro canal de YouTube. ¡Gracias!

https://www.youtube.com/user/ShihabMadrid/featured?view_as=subscriber

 

Ponencia de Marta Herrero – Las Enfermedades Mentales No Existen, son los Padres

¡Lo más, al menos para mí! Marta Herrero, Mardía, como siempre hablando de corazón. Entenderé perfectamente y mejor que nadie, que os enamoréis de ella. Aquí está. Muchas gracias y bendiciones.

 

Un grande: José María Herce | Las enfermedades mentales no existen, son los padres

¡Magnífico, José María Herce, como siempre! Sintético y brillante. Aquí os dejo uno de los platos fuertes de la primera presentación del libro «Las enfermedades mentales no existen… son los padres». Para mí, 20 minutos de oro, pura Psicología de la buena y de verdad, de la mano de uno de los que considero uno de los más grandes psicólogos y psicoterapeutas del momento. ¡Gracias José María!

Tengo la intención de subir muy pronto el resto de las ponencias (suscribiros si las queréis ver, ¡Gracias!).

Si lo tenéis a bien, me ayudarías mucho dando a like, suscribiéndoos al canal (es gratis, por supuesto) y, si lo podéis, compartiéndolo.

¡Gracias y Bendiciones!

Presentación del libro en Madrid, Viernes 9 de Marzo

¡Bien! ¡Presentación del libro en Madrid! ¡Animáos! ¡Con ponentes de primera y un pequeño espectáculo de magia de cerca!

La Presentación-Espectáculo del libro Las Enfermedades Mentales No Existen… Son Los Padres será el viernes 9 de marzo de 2018 a las 19:00 en Librería Enclave, c/ Relatores 16 (Muy cerca de Tirso de Molina).

Incluirá un pequeño espectáculo de magia de cerca. Y mesa redonda.

Ponentes:

* José María Herce, Psicólogo clínico y psicoanalista.

* Marta Herrero, Escritora y Profesora.

* José Luis Romero, Filósofo y Psicólogo.

* Rafa Millán, Psicólogo y escritor, autor del libro.

Un vídeo (¡El PRIMERO que he grabado en mi vida! Qué nervios):

https://www.youtube.com/watch?v=AUqPvO74c44&t=75s

Y alguna información del libro (índice y algunos capítulos aquí): https://madridpsicologia.com/enfermedades-mentales/

Y te dejo el texto de la contraportada y una imagen-cartel para compartir e imprimir, si lo tienes a bien (simplemente, pulsa en la imagen). ¡Muchas gracias!

Enclave de Libros
C/Relatores, 16
28012 – Madrid
Tfno. 91 369 46 49

enclavedelibros@telefonica.net

https://www.enclavedelibros.com/

http://enclavedelibros.blogspot.com.es/

 

* Texo de la contraportada:

Las enfermedades mentales ni son enfermedades ni son mentales. Son, más bien, problemáticas de la vida, aunque sean, con perdón, problemáticas muy jodidas.

Por tanto, la psiquiatría (rama de la medicina que trata la enfermedad mental) carece de sentido. Y la psicología, por su parte, no es, y nunca será, una “ciencia empírica”. No se puede pesar ni medir la “mente”.

La psiquiatría es una mentira y la psicología no sabe lo que es. La una está psicótica y la otra neurótica perdida.

Este libro son dos libros. En la primera parte descubrirás que si te han etiquetado (depresión, ansiedad, TDA…), nunca te curarás, porque nunca estuviste enfermo. Lo que no significa menospreciar el dolor, sino justo lo contrario: pincha más un corazón roto que un hueso roto (y quien lo probó, lo sabe). Esta es la primera lección de la terapia.

Entonces, ¿cómo superar el dolor? Integrando la psicología en un saber más amplio, responsabilizándonos de verdad y comprendiendo a fondo lo que el ser humano es. La segunda parte te dará la respuesta y algunas sorpresas.

Esta obra tiene un estilo único, fundado por el autor, llamado “filosofía ácida”, a la vez profundo y sencillo, a la vez grave y divertido, amoroso y salvaje. Revolucionario.

Pica un poco el índice y te engancharás.

Escribe Rafa Millán:

“Gracias a lo que mis pacientes me han enseñado, escuchándolos sin prejuicios ni dogmas de escuelas, he podido encontrar la salida del laberinto. Y no está en la consulta clínica.

Pero, por ahora prefiero hacerme el interesante y guardarme el secreto. Te lo iré revelando poco a poco, en pequeñas dosis, para que haga su efecto. Así que, a partir de ahora, y con todo mi corazón, considérate mi paciente.

Espero que, como suele ocurrirme en terapia, lo disfrutemos juntos.”

Este libro cambiará para siempre tu concepción del ser humano. Garantizado.

 

VIDEO: ¿Es la CULPA de los PADRES?

¿Es la culpa de los padres? Dos minutos de vídeo para responder a esta cuestión que ha sido una de las polémicas más habituales que ha desatado mi libro (para los que aún no lo han leído):

La respuesta aquí (y, por favor, si te gusta y para apoyar, suscríbete y dale a like y comparte 😀 Gracias!):

 

 

Primer vídeo sobre el libro… ¡Qué nervios!

Tema polémico y vídeo polémico. Con todo mi cariño y mis mejores intenciones de ir aprendiendo a ayudar a los que sufren (empezando por uno mismo). ¡Muchas gracias por la acogida!

Bendiciones.

 

Aquí el vídeo. Espero que os guste y que os suscribáis al canal 😀 ¡Gracias! (para eso, creo, que tenéis que dar a verlo en youtube).

 

La primera parte del Prólogo del libro. ¡Bienvenido a terapia!

Prólogo / Bienvenido a terapia

Un secreto a voces

No hay nada que sea la «enfermedad» o el «trastorno mental». ¡Nada! La idea de que enfermamos mentalmente es completa, total y absolutamente falsa.

Un momento. Entonces ¿qué son la depresión, las obsesiones, la esquizofrenia, la anorexia, la ansiedad, el TDA… y esa infinita (y creciente) ristra de presuntas enfermedades?

No hay una respuesta simple (por eso he tenido que escribir un libro). Pero de ninguna manera son «enfermedades». Ni tampoco «desórdenes», «trastornos» o «cuadros psíquicos», como se dice ahora, haciendo la trampa de llamar por otro nombre a la misma cosa.

Como mucho, y si quieres, podríamos considerar la enfermedad mental como una especie de metáfora, de la misma manera que hablamos de «virus informáticos» o que decimos que nuestro coche «está malito».

Aun así, ¡cuidado!, las palabras no son inocentes. Algunas pinchan o se nos quedan pegadas, sobre todo, si victiman o estigmatizan. No hay nada más parecido a un paria que un «esquizofrénico» o a una víctima que un «depresivo».

Mi tesis es que términos como bulimia, fobia o trastorno límite no significan nada; son más bien distractores que ocultan y deforman la realidad. Los magos lo llaman misdirection, llevar la atención a otro sitio para despistar y disimular la trampa. Y no es para menos, porque si miras directamente a la «depresión» y a la «ansiedad» se les ve el truco, y te lo revelaré en estas páginas.

Verás. Una «depresión» puede remitir con un nuevo amor, charlando con un amigo o con una conversión espiritual. Pero me apuesto lo que quieras a que no imaginas que encontrar el sentido de tu vida pueda curar una luxación o una cirrosis, es decir, una enfermedad de verdad.

Con matices y excepciones, podríamos afirmar que ni Platón ni mi psicoterapeuta me extirparán un tumor, aunque ambos me ayudarán a superar mis obsesiones.

Y es que las enfermedades mentales ni son enfermedades ni son mentales. Son más bien problemáticas de la vida.

Aunque sean, con perdón, problemáticas muy jodidas.

La psicología y la psiquiatría tampoco existen

Las «enfermedades mentales» tampoco son «trastornos psicológicos», como si la psicología fuera un ámbito separado del resto que «explica» el sufrimiento por sí mismo.

Es más, la psicología y la psiquiatría (como hoy se entienden) tampoco existen. Lo que, por desgracia, sí existe (y vaya que sí) son los problemas humanos y el sufrimiento afectivo.

Y es una hidra espantosa, la peor condena que le puede caer a una persona (aunque, en cierta forma, él mismo sea juez y parte). De hecho, el dolor emocional suele ser peor que el físico justamente porque no se trata de una enfermedad. Pincha más un corazón roto que un hueso roto (y el que lo probó, lo sabe).

Pero son muy pocos los que se atreven a encarar al Gog de la psiquiatría y al Magog de la psicología para señalar que el rey está desnudo (desnudo… y bailando drogado en un aquelarre zombie).

Parece como dejar desasistidos a los «enfermos», aunque es justo lo contrario: empezar a tratarlos con respeto y dignidad, no como a «tontos», «locos» o «enfermos mentales», sino como a los adultos responsables que quieren (y deben) llegar a ser, sin ese tufillo de superioridad paternalista.

Algunos de mis pacientes alucinan con esto. Pero una vez superado el shock inicial, resulta liberador. Porque aceptar que no existe la enfermedad mental y afrontar la realidad que se esconde detrás es la condición sine qua non para «sanar». Aunque, como con cualquier prejuicio, cueste un poco deshacerse de él.

La «enfermedad» o «el trastorno» son las máscaras de una grotesca fiesta de disfraces, fantasmas que solo sirven para ocultar la realidad. Si los invocas parecen muy sólidos y asustan mucho, pero si los confrontas sin miedo, descubrirás que solo son un espejismo que desaparecerá detrás de una cortina de humo y efectos especiales.

Acompáñame unos capítulos y lo veremos juntos.

Entonces, ¿qué son y cómo se «curan»?

Si quieres una primera y tosca aproximación, lo que llaman «enfermedad mental» suele ser el intento (inconsciente) de no asumir algún aspecto de la realidad, ya que, por el motivo que sea, NO PODEMOS O NO SABEMOS HACERNOS CARGO DE NOSOTROS MISMOS, DE NUESTRO MUNDO O DE NUESTRO UNIVERSO PSICOLÓGICO. Es decir, no queremos o no sabemos gestionar nuestra responsabilidad adulta. Y «usamos» la «patología» para echar el balón fuera. Por supuesto, de manera más o menos inconsciente, no digo que se haga «adrede».

En otras palabras, lo que se esconde bajo un «enfermo mental» es un niño herido (o consentido) que no ha podido madurar emocional y afectivamente en algún aspecto de su personalidad.

Muy posiblemente esto pasó porque sus padres no supieron o no pudieron enseñarle cómo. Su infancia se quedó coja de una pata o de otra, siente como si la realidad «le debiera algo» o como si fuera él quien «debe algo» a la realidad (o ambas cosas). Y en medio de esa ambivalencia, la «enfermedad» es una enorme pataleta inconsciente.

O sea, que las enfermedades mentales no existen, son los padres.

Ojo, tampoco quiero decir en absoluto que sea «culpa» de los padres. No es tan fácil. Seguramente ellos mismos también estén inmaduros, ya que vivimos en el más infantil de los mundos posibles (un mundo creado por dioses adolescentes que premian la inmadurez sobre todas las cosas…). Ya lo iremos entendiendo y matizando.

Por eso, psicólogos y psiquiatras (papás postizos o padres de alquiler) muchas veces no son la solución, sino el problema1. Y nada nos garantiza que no estén tan perdidos como nosotros o más. De hecho, es muy posible que estudiaran psicología o psiquiatría para intentar resolver su propio y desastroso cubo de Rubik. Precisamente.

Esto no significa que no haya salida al dolor. Claro que la hay, aunque no suele estar en la consulta clínica.

Como Sócrates ya sabía, una «terapia» que de verdad funcione es un camino de (auto)conocimiento, maduración y crecimiento personal; una búsqueda sincera de la propia autenticidad (gnosce te ipsum). Y eso pasa, sí o sí, por un firme compromiso con la verdad.

Y la verdad es que las enfermedades mentales no existen… son los padres.

Ahora bien, vaya por delante que si estás «deprimido» o «ansioso» o has sido catalogado con las mil y una etiquetas diagnósticas que pululan por ahí, te aseguro que no te curarás.

No te curarás…

…¡Porque nunca estuviste enfermo!

*** Sigue leyendo el resto del prólogo aquí: Filosofía ácida ***

1. Aunque, por supuesto, puede ayudar. Cualquier cosa puede hacerlo si la persona de verdad quiere cambiar. Si alguien decide en serio dejar de fumar puede venirle bien un libro, un psicólogo o unos inútiles parches de nicotina (o nada de nada). Si otro, en realidad no quiere dejarlo, ya puede ir al mejor terapeuta del mundo, masticar una tonelada de chicles y leerse una biblioteca que seguirá fumando como un carretero mientras se queja (con razón) de lo malos que son los psicólogos en los que se ha gastado una fortuna, que mejor podría haber invertido en cigarrillos y bombonas de oxígeno.

¡Lobotomías, lobotomías… a la rica lobotomía!

Poco a poco iré subiendo más partes del libro. ¡Por suerte es un tocho de más de 400 páginas! Pero se lee rápido, entre otras cosas porque he intentado hacer capítulos cortos que puedan beberse de un trago. Para que os hagáis una idea este es con (mucha) diferencia el más largo del libro. Eso sí. Léelo bajo tu entera responsabilidad, ya que hablaremos de uno de los capítulos más gores de la historia reciente de la psiquiatría (que ya ha sido, por lo general,  bastante gore).

 

El texto forma parte del capítulo titulado «Galería de los Horrores» (puedes cotillear el Índice del libro para ver dónde está), en los que hablamos entre otras terapias de electrochock, las duchas frías y los golpes de vara de abedul (que recomendaba Emil Kraepelin, el llamado padre de la psiquiatría), el contagio de graves enfermedades (como malaria o tuberculosis), curas de sueño en las que te meten tranquilizantes para dormir una semana o con fármacos tan potentes que causaban unas contorsiones que rompían las vértebras del paciente… entre muchas otras que harían las delicias de Stephen King (o del psiquiatra de Stepehn King).

Aquí un botón de muestra. Si te gusta, encontrarás más información en mi libro «Las Enfermedades Mentales No Existen… Son los Padres».

 

¡Lobotomias, lobotomías… a la rica lobotomía!

Un capítulo aparte merece la «era de la lobotomía», que consiste directamente en cortar «cables» y arrancar cachos del cerebro a lo Hannibal Lecter.

Te ruego que me disculpes este largo epígrafe sobre el tema; no pude evitarlo. Me pierden las historias de terror. Y este capítulo me parece el más terroríficamente divertido de todo el libro.

Vamos al lío.

El padre de la lobotomía fue el portugués Antonio Caetano Egas Moniz. Si buscas su foto en Google Images comprobarás, clarísimamente, que es un cruce entre un goblin y Nosferatu.

Caetano Edgar Moniz, Papá de la lobotomía

Moniz leyó algunos trabajos en los que algún salvaje explicaba que los perros y monos se volvían más dóciles practicándoles la ablación (o sea extirpación) del lóbulo frontal.

Esto hizo creer a Moniz que las ideas obsesivas, que «como todo el mundo sabe» son la fuente de la psicosis, debían estar precisamente ahí, en el lóbulo frontal. Ya solo le hizo falta una regla de tres simple para ponerse abrir cabezas a tutiplén: si la locura está en el lóbulo, extirpado el lóbulo, extirpada la locura, ¿cómo nadie lo habría pensado antes?

Así que, ¡ale! Dicho y hecho. Moniz empezó a seleccionar pacientes y trepanarles la frente para extirparles pedazos de cerebro. Luego perfeccionó su técnica para destruir las fibras que conectan el lóbulo frontal con el resto del encéfalo.

Realizaba la operación metiendo una especie de cuchillas giratorias por las sienes y dándoles vueltas con una manivela mientras hacía literalmente papilla, el cerebro del paciente.

Por cierto, ¿le metieron en la cárcel?

No. Le dieron el Nobel en el 49.

Pero si Moniz fue el inventor de la moderna trepanación, como James Watts fue el inventor de la máquina de vapor, el que la popularizó fue el Doctor Walter Freeman que era, como su propia hija le definió, «el Henry Ford de las lobotomías». Y él encantado con la idea.

Freeman, lobotomiza que lobotomiza

Freeman era un hombre obsesionado con el éxito. Se veía a sí mismo como «nacido para triunfar», tal vez porque vivió su juventud a la sombra de su padre, que era el primer neurocirujano que extirpaba tumores en quirófanos-teatros. Lo hacía con una enorme cantidad de público que aplaudía entusiasmado al acabar la operación. Esto debió impresionar al joven Freeman y provocarle una desmesurada necesidad de reconocimiento.

Para comprender a Freeman debemos entender cómo eran los psiquiátricos de entonces. En pocas palabras, el escenario ideal para un videojuego «survival horror». Los «presos» (perdón «pacientes»), morían hacinados a miles como animales y sin recibir más tratamiento que absolutamente ninguno.

Los internos se autolesionaban, pintaban las paredes con sus propias heces, gritaban, se convulsionaban, babeaban de cara a la pared, etc. Lo cual, en mi humilde opinión, no implica necesariamente que estuvieran locos. Imaginémonos viviendo durante décadas (como aquellos pacientes) en una situación así, a ver lo que acabábamos haciendo con nuestras propias heces.

Es muy posible que Freeman, haciendo gala a su nombre, tuviera la sana intención de liberar a estos pacientes, por lo que, convencido de las bases biológicas de la locura, empezó a aislarse de su familia pasando los días y las noches en un laboratorio, estudiando los cerebros de los pacientes al más puro estilo Edgar Allan Poe.

El propio Freeman, después de examinar centenares de «cerebros enfermos», escribió:

«Reconozco que no he averiguado nada importante ni sobre las causas de la enfermedad mental ni sobre su tratamiento».

«Por fortuna», los trabajos de Moniz se cruzaron en su camino. Freeman tenía una visión de la psicosis parecida a la de Moniz, pero él creía que el tálamo (una parte del encéfalo situada casi en la base), era la sede de las emociones. Y que en los psicóticos (muy poco racionales), el problema era que el tálamo enviaba impulsos descontrolados a la corteza frontal.

Esa era la causa de la locura. Y, ¿por qué no?

Así que, nada, emulando a Moniz, le entraron unas ganas locas de ponerse a trepanar cráneos. Pero él era más «moderado», no quería arrancar cachos de cerebros; creía que bastaría con seccionar los fascículos que unen el tálamo con la corteza. Cortando las fibras, cortaría la locura.

Freeman se propuso el sano objetivo de ser el primer americano que intentase lobotomizar cerebros humanos. Ni el gobierno ni los pacientes se opusieron. Si lo dice el médico, que es dios, pues adelante, aquí tiene mi cráneo, doctor.

Sólo había un pequeño inconveniente, y es que Freeman no era cirujano, por lo que tuvo que contratar a un «becario» de la época que se llamaba James Watts (ojo, no el adorable inventor de la máquina de vapor, sino el siniestro neurocirujano) al que Freeman guiaba en las primeras lobotomías. Se sabe que anotó en su cuaderno, después de la primera operación, que el paciente tenía al despertar «una expresión plácida en el rostro». El hecho de que muchas personas murieran o tuvieran que volver a aprender a andar o a usar los esfínteres no evitó que siguiera trepanando cabezas.

El doctor no se hacía problemas fácilmente.

Por supuesto, cuando anunció su práctica en un congreso médico de la época, algunos médicos se opusieron, pero nadie lo denunció ni escribió en su contra gracias el proverbial corporativismo médico, lo que convierte (una vez más) a toda la clase médica en cómplices del horror más absoluto.

Freeman era muy bueno haciendo marketing, por lo que apareció en casi todos los periódicos importantes como un héroe que había desarrollado una cirugía puntera y vanguardista que curaba la locura. Y es que la ciencia progresa que da gusto. El padre de Freeman habría estado orgulloso de su retoño. Un caso muy freudiano.

Pero la mayor aportación de Freeman a la historia del terror universal no fue la lobotomía clásica. Freeman fue más allá e ideó un método para practicar lobotomías ambulatorias. Si no lo conoces, vas a flipar. Y te pongo sobre aviso de que es una de las cosas más desagradables que se han hecho nunca en la historia de la medicina (y de la humanidad). Si no tienes estómago, te lo puedes saltar.

Se trata de lo siguiente. A Freeman se le ocurrió que se podía acceder a las mismas fibras que destruía con las aparatosas operaciones, de una manera más simple, rápida y directa, sin necesidad de abrir el cráneo y de dejar el quirófano hecho un cristo.

¿Cómo? Pues a través de la cavidad del ojo. Llamó a su invento la «lobotomía transorbital», alias «lobotomía portátil de andar por casa».

La primera vez que probó su teoría fue con el picahielos de su propia nevera. Su hija cuenta cómo le vio bajar entusiasmado a buscarlo a la cocina.

La intervención era así:

Lobotomía transorbital con picahielos

Primero colocaba al paciente unos electrodos para darle una descarga eléctrica y dejarle inconsciente unos minutos. Luego situaba dos picahielos (como enormes punzones) sobre los ojos del paciente y los iba clavando en el cráneo, por debajo del párpado, con un martillo de madera. No hacía falta hacer más incisión que la propia presión del punzón metálico.

Cuando los dos picahielos habían penetrado en el cerebro, los movía como si fueran limpiaparabrisas, cargándose todas las fibras de materia blanca a su paso. No debía de ser muy diferente a cortar gelatina.

Al final lo extraía tirando muy recto de los picahielos como una especie de sacacorchos. La operación entera duraba menos de cinco minutos.

Rápido, fácil y diabólico.

La principal diferencia entre esta forma de lobotomía y un hachazo en la cabeza es que Freeman tenía la cortesía de regalarte unas gafas de sol para disimular los moratones de los ojos. Según él este era todo el postoperatorio necesario.

En una ocasión Freeman dejó al paciente con los picahielos clavados en el cerebro y buscó una cámara para sacar una foto, con lo que uno de sus avanzados instrumentos quirúrgicos resbaló dentro del cráneo y mató al paciente. No pasó nada. Limpió la mesa de operaciones e hizo pasar al siguiente. Así era él.

Su ayudante James Watts (el siniestro neurocirujano) se desmarcó del proyecto al ver la frivolidad con la que Freeman operaba en cualquier parte, incluso en cuartos de hotel en plan Instinto Básico, con picahielos y todo. Pero daba igual, Freeman ya no le necesitaba ni a él ni a su máquina de vapor. Ahora era el rey del fast food de las lobotomias. Como él mismo dijo en una frase, que le agradezco mucho porque encaja perfectamente en este libro:

«Hasta un tonto, incluso un psiquiatra hospitalario, podría aprender a hacerlo en una tarde».

Freeman se entusiasmó tanto con su nueva operación que empezó a realizarlas en serie. A veces hacía hasta 25 operaciones en un día, y algunos de sus discípulos 75.

Eso sí que es romper el hielo.

El doctor, ebrio de sí mismo, pasó de ver la lobotomía como el último recurso a verlo como el primero. Y fletó una furgoneta muy parecida exteriormente a la de la teleserie Breaking Bad y la bautizó como el «lobotomóvil». Montado en él (¡cómo molo yo!), se puso a viajar por todo el país predicando las bondades de la lobotomía. Recorrió su estado 11 veces enseñando su práctica a otros médicos.

Freeman llegaba a los psiquiátricos y pedía que pusieran a todos los «psicóticos» en fila y, uno tras otro, iban pasando por el picahielos. Pero no se quedo ahí, sino que empezó a lobotomizar a todo el mundo. En un psiquiátrico de negros operó ¡a todos los internos!

Enseguida fundó el Proyecto de Lobotomía de Virginía occidental y «trató» a más de 200 pacientes de la zona en 30 días. Haz las cuentas.

Lobotomía va, lobotomía viene, operó a amas de casa «deprimidas» a punta pala, a niños por ser «rebeldes» (el más joven de cuatro años), y a todos los residentes psicóticos de varias instituciones.Incluso destruyó el cerebro y la vida de una hermana de John F. Kennedy, cuya única (y terrible) enfermedad era no acabar de dar la talla para ser una Kennedy como Dios manda. La pobre chica tenía veintipocos años cuando cayó en manos del lobotimista. En cinco minutos perdió el habla y se quedó postrada en silla de ruedas y babeando para el resto de su vida. O sea, completamente curada.

Freeman tenía una gran tendencia al exhibicionismo. Para lucirse, en una especie de «más difícil todavía», a veces operaba con la izquierda a pesar de ser diestro o usaba un mazo de carpintero. Algunos médicos vomitaban o se desmayaban al ver la operación y eso regocijaba a Freeman como hizo constar en su diario.

Los muertos y los terroríficos «efectos secundarios» nunca detuvieron al que ha sido llamado «el gran profeta de la destrucción encefálica». Ya hemos dicho que no hubo voces críticas entre los médicos fuera de la profesión, excepto, todo sea dicho, los psicoanalistas, que tenían una concepción de la locura más humana y menos biológica.

Freeman en su lobotomóbil y en plan guay

A pesar de eso, se realizaron cientos de miles de lobotomías en todo el mundo. Fue una práctica que se puso muy de moda. De hecho, no se dejó de lobotomizar masivamente por motivos humanitarios o científicos (¡no olvides que era un procedimiento galardonado por un Nobel!), sino porque se descubrió (por casualidad) el primer fármaco de los llamados «antipsicóticos», la toracina, que, se publicitó como un «lobotomizador químico», una sustancia con las mismas ventajas que la lobotomía pero sin las desagradables molestias de tener que andar clavando objetos punzantes en el cráneo de la gente.

Mucho más limpio. Dónde va a parar.

¿Eran Moniz o Freeman unos monstruos?, quizás al final sí, aunque creo que al principio tenían realmente buenas intenciones (mezcladas con cierta y perversa necesidad narcisista). Pero lo cierto es que con la mejor de las intenciones zombificaron a cientos de miles de personas.

Eso sí, muchas veces la alternativa a la lobotomía era permanecer encerrado en un psiquiátrico de pesadilla aterrorizado durante décadas o durante toda la vida.

Así que el dilema es jodido. Entre estas dos aberraciones de la psiquiatría, ¿cuál elegirías?